¿Qué te aqueja? Le pregunto a Josefina. También a Pipe, el otro día. Y en la bañadera pienso: ¡qué pregunta más idiota! Como si el solo hecho de vivir en este mundo no fuera razón suficiente para enloquecer.
Y todo así. Algo me deposita en el inmenso Jumbo de mi barrio un domingo a la noche, y cuando veo la escena, las parejas tristes hurgando por el laberinto de góndolas como en un pacman sin sentido, comprando productos que consumirán en cuestión de días, en cuestión de horas, en tan solo un par de minutos ya no tendrán lo que compran, de hecho con Josefina abrimos un Citric y lo tomamos allí mismo y después nos tentamos con dejar la botella vacía escondida en alguna góndola pero no lo hacemos porque nos consideramos gente honrada.
Entonces, mientras nos desplazamos por la cinta mecánica del supermercado, reaparece el dolor en el pecho. Me recupero unos minutos más tarde, cuando volvemos a casa y las bombitas amarillas le dan al hogar la calidez suficiente para recomponerme. Limpio el baño en profundidad, me echo en el sillón con Cali, y con J nos decimos palabras de amor, muy distintas a las palabras del día anterior, que eran de desprecio –palabras aprendidas en las peores situaciones de nuestras vidas, seguramente.