lunes, 28 de septiembre de 2020

¿Qué te aqueja?

Me siento frente a este documento nervioso como cuando sentía la necesidad, no las ganas, de hablarle a una chica. Tengo miedo de ya no poder escribir algo verdadero nunca más. Otras veces tengo miedo de ya no volver a alcanzar la paz. Pero hace tres días iba en el 60 camino a ser mozo en un evento, y hasta antes de subirnos a la General Paz el viaje fue aterrador, el peso del mundo cayó sobre mí y a la altura de Cabildo me costaba respirar, debía inhalar hondo cada dos o tres minutos y en cada una de las exhaladas sentía que lo lograría hasta que dentro de dos o tres minutos volvía a sucumbir, y todo empezaba a parecerse a esas repeticiones sin salida de las pesadillas hasta que, unas cuadras antes de subir a la General Paz puse una canción de Zitarrosa, y entonces apoyé la cabeza contra la ventana, lloré calladamente tapándome la cara para disimular, y alcancé una paz que duró, como todo, un instante.

¿Qué te aqueja? Le pregunto a Josefina. También a Pipe, el otro día. Y en la bañadera pienso: ¡qué pregunta más idiota! Como si el solo hecho de vivir en este mundo no fuera razón suficiente para enloquecer.

Y todo así. Algo me deposita en el inmenso Jumbo de mi barrio un domingo a la noche, y cuando veo la escena, las parejas tristes hurgando por el laberinto de góndolas como en un pacman sin sentido, comprando productos que consumirán en cuestión de días, en cuestión de horas, en tan solo un par de minutos ya no tendrán lo que compran, de hecho con Josefina abrimos un Citric y lo tomamos allí mismo y después nos tentamos con dejar la botella vacía escondida en alguna góndola pero no lo hacemos porque nos consideramos gente honrada. 

Entonces, mientras nos desplazamos por la cinta mecánica del supermercado, reaparece el dolor en el pecho. Me recupero unos minutos más tarde, cuando volvemos a casa y las bombitas amarillas le dan al hogar la calidez suficiente para recomponerme. Limpio el baño en profundidad, me echo en el sillón con Cali, y con J nos decimos palabras de amor, muy distintas a las palabras del día anterior, que eran de desprecio –palabras aprendidas en las peores situaciones de nuestras vidas, seguramente.