miércoles, 16 de enero de 2019

Una espera

Hoy desperté, como tantas veces, completamente desorientado, ajeno a este mundo, como esperando la lucidez y, durante esa espera, se me hacía imposible recordar cómo había llegado a esa habitación ¿Quién soy? ¿El mismo que era? ¿Quién era, yo, ayer?

Los cuestionamientos se van agolpando en alguna puerta cerrada de mi mente, se encuentran allí, a la salida, esperando, algunos hace más tiempo que otros, algunos viejos conocidos, y en la espera se ponen a conversar, generalmente sobre la existencia, y eso atrae a otros cuestionamientos, curiosos, que andaban por allí, y es natural, uno ve gente esperando alrededor de una puerta cerrada y quiere saber qué está pasando, nace, por así decirlo, una solidaridad, y los nuevos cuestionamientos se suman a las conversaciones abiertas, y aunque cada vez son más por el momento reina la calma, no parece que fuera a haber un motín, o a desatarse el caos. La puerta, cerrada con un candado naranja por el óxido, lleva un letrero, ínfimo, pequeñísimo, encima del marco, en el que se alcanza a leer: motus stabilitatem.

Es un fresco día de enero, y tengo pocas ganas de trabajar en el video del litio. Algunos cuestionamientos, los más ansiosos por lo general, se aburren de la espera y vuelven a sus obligaciones, y durante un tiempo se olvidan de esa maldita puerta. Para cuando cae la noche ya no queda casi nadie alrededor de ella, y es entonces cuando mi humor mejora considerablemente. ¡Oh, las intrigantes calles de mi mente!