lunes, 25 de enero de 2016

Le ganamos a un aislante




Intento extender el aislante pero por haber estado tantos años guardado en un ropero vuelve una y otra vez a su forma enrollada. Luchamos. Lo enrollo al revés. No. Me quedo un rato acostado sobre él. No, el aislante siempre vuelve a encogerse como un molusco asustado. No pierdo la calma. Lo extiendo, dejo una pila de libros a cada lado y me voy a la ventana a que se seque la transpiración de la frente. Pienso entonces en varias personas en particular. Las pienso, me gusta pensar a las personas, hacerlas hablar en mi cabeza. Sus voces pegan contra las paredes del cráneo y hacen eco. Les hago repetir frases que dijeron o que me hubiera gustado que digan. Agustín, perdoname, en serio, por todos estos años. En fin. Si todavía fumara, pero ya no.

Este es el quinto depto en menos de un año y medio ¿Qué quiere decir eso? No tengo ni idea. El olor a pintura me está dejando drogui pero me gusta. Hace un rato, cuando atravesé el hall del edificio, sentí un olor que no pude ubicar en ningún casillero de mi memoria olfativa. Debo acostumbrarme a eso, a archivos desconocidos que habrá que etiquetar y ubicar en una determinada carpeta. Sospecho que, a los 25, lidiar con nuevos y absurdos escenarios es algo que nos pasa a todos.

El sábado vino Miguelito Prado a ver el Boca River a la oficina. A los 10 minutos, con la pelota en la mitad de la cancha, Miguelito empezó a putear al celular. El jefe le había mandado un mensaje confirmándole que a las 0 horas debía estar en la estación de subte de Malabia para medir unas cosas. Creí que iba a zafar, dijo Miguelito, derrotado. Cuando terminó el partido y fui a la cocina a dejar unos vasos, y lo vi ahí parado, con el casco puesto y los borceguíes reforzados con puntas de acero, no pude más que soltar una carcajada. Le pedí un borceguí para examinarlo y pesaba como un bebé de dos años. Me imaginé llevándolos a un fútbol 5, haciendo cincuenta goles de puntín. A lo que voy: más tarde, cuando me quedaba dormido en un catre de la oficina, fundido por el arrastre de varias noches de dormir mal, lo pude ver a Miguelito bajo tierra, haciendo de parado unas cuentas dificilísimas con un lápiz que le presté yo antes de despedirnos, sin ver un pomo, pobre Miguel, y estoy seguro de que en cierto momento pensó ¿qué mierda hago acá?

Y yo pienso lo mismo ahora, mientras saco los libros de encima del aislante y noto que ya no se retrae tanto, que le gané a un aislante, y entonces pienso que ese puede ser un buen título para uno de estos relatos fanfarrones que me gusta escribir: Le ganamos a un aislante, así, mejor en plural.

Después me acuesto y quedo comiendo techo un buen rato. Dos ambientes completamente vacíos, solamente un aislante y un cuerpo boca arriba, en calzoncillos, bien alerta. Supongo que eso es todo.