“Yo los veo y…pobrecitos”
Angel David Comizzo, sobre los hinchas de Boca
Lunes
Por segunda vez consecutiva, la noche me encuentra cocinando
para uno, cortando verdura sobre la mesada mientras un tímido parlante escupe un compilado de Supertramp. No tengo que pasar tanto tiempo
solo, pienso, el diálogo interno se empieza a sofisticar, a empastar, como en
las peores pesadillas.
Entre el año pasado y el corriente fumé tanto que prácticamente
perdí la dimensión del tiempo y el espacio. Ya no sé qué ocurrió antes y qué
después, o si realmente ocurrió, o si lo soñé una noche profunda de 11 horas.
Suena el teléfono, mi madre, toca atenderla. Me seco con el repasador y escucho
sus reclamos. Debo asumir que mi madre es hoy la única mujer que piensa en mí,
que extraña de corazón mis ráfagas de buen humor.
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Martes
Desde el sentido común, lo único que pido es que ningún
desconocido me toque ni me hable. Eso es todo lo que necesito para ser feliz.
Pero cuando voy por la vida, lamentablemente, me cruzo con mucha gente ansiosa
por hacer valer sus derechos ¿Qué les pasa, no se dan cuenta que este es el reino de la injusticia? Gente agresiva, gente con la idea fija de meterse
con otras personas…y mucho sufrimiento, también. Las cajeras del farmacity, por
ejemplo…puta madre, esas sí que sufren. Cuando me entregan el cambio y el
ticket me piden con la mirada que las salve, que alguien las saque de ahí
porque ya no lo pueden soportar más. El escenario nacional es devastador: la rabia, las fobias, el odio, han destruido casi todo. Estoy
seguro que en cualquier momento a alguien se le van a caer cien mangos al piso
del subte y se va a desatar un caos absoluto.
¿Cómo será en otros países, la codicia? Mientras miro
distraído una serie de cirujanos, pienso si no me estaré quedando afuera del
mercado. -Mamá: no sé hacer plata- le cuento por teléfono. Pero lo pienso en
casi todos los ámbitos de mi vida: chau, me están eliminando, viejo, me estoy
quedando afuera en primera ronda.
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Miércoles
Está ese programa de TV, Intratables, que estoy
seguro que será objeto de estudio para las próximas generaciones. Consiste
en un conductor, diez panelistas fijos y alrededor de diez invitados random.
Una vez que comienza el programa, todos quieren pelearse con todos, es un
espectáculo repugnante. El conductor intenta moderar pero no tanto, a propósito.
A nadie le interesa ni un ápice lo que el otro tiene para decir, cada uno
quiere meter su bocado, su chicana, y después fijarse en twitter si prendió. Y,
aunque no parezca, todo gira alrededor de la política.
Yo lo pongo, todos los días, para ver cuánto puedo
durar. Cada vez menos. Rápidamente me transformo en una pelota de nervios, quiero
salir a matar a lo taxi driver.
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Jueves
Por alguna razón quiero contar el final de la novela que voy
a terminar para, espero, fines de enero. Será porque es intrascendente, o será
porque en el fondo sé que lo voy a terminar modificando varias veces y no
quiero que, por cursis, esos dos párrafos mueran, abrazados el uno al otro como
esos viejitos del DF. Pero aquí van.
<< Manejo esperanzado porque, si no me falla el
cálculo, vamos a estar agarrando el tramo de montaña justo durante el amanecer.
Ahora ella despierta y pregunta dónde estamos. -Saliendo de Neuquen- contesto,
-vamos a llegar a la parte de montaña justo cuando salga el sol...letal ¿eh?-.
No me presta atención y se sirve agua fría del termo. Hace ya varias horas que vamos
sin música, escuchando el ruido del motor. Como el auto es de su padre, voy
demasiado atento a todo. Casi no nos cruzamos con autos, en ninguno de los dos
sentidos. Ella está atravesando sus quince minutos de mal humor de los recién
despiertos, así que la dejo tranquila. “Voy a esperar”, ese es un buen mantra.
Esperar, esperar. Allá nos espera mi familia. Fue lo único que siempre
permaneció ahí, qué sé yo ¡Solo el amor alumbra lo que perdura! Ja.
Atrás vamos dejando álamos, fantasmas, altarcitos rojos del
gaucho gil, el esqueleto oxidado de un auto al costado de la ruta que advierte sobre
posibles accidentes de la forma más dramática posible. Ella, de a poco, va
regresando al mundo de los vivos. Me pregunta por la colección de insectos
estampados contra el parabrisas y le cuento de la plaga que atravesé mientras ella dormía. Fue surrealista, y por alguna razón, todo el rato que duró esa tormenta
de bichos, sentí una excitación única, el corazón me repiqueteaba furioso. Ahora
ella me ofrece pasarme frío por la nuca para despabilarme, mientras seguimos
dejando al país atrás. La veo atarse el pelo y arreglarse un poco en el espejo
de su parasol. La historia se repite, en personas tan frágiles como nosotros,
siempre como tragedia. Durante nuestra primera temporada no nos importaba nada.
Éramos adolescentes, nuestro modus operandi era romper y salir corriendo, nos
rompíamos entre nosotros, también, nos lastimábamos mucho, nos hacíamos mierda,
y todo sin querer queriendo. Ahora debemos ser responsables, pagar por lo que
decimos, por lo que hacemos, por lo que consumimos. Paramos en una YPF a
desayunar, yo miro mucho el reloj, calculando la boludez de la montaña y el
amanecer. Del otro lado del vidrio, desde los surtidores, se nos puede ver, ahí
sentados, de mil maneras posibles. Como dos que la
pelearon y ahora solo necesitan descansar, o como dos hermanos, o como el par de leones resignados y ancianos del zoológico de Buenos Aires... tal vez haya un
poco de todo eso. Lo importante es el silencio. Hasta la tele, clavada en TN,
está ahora en silencio. Si hay silencio y no es incómodo, felicitaciones, ya
tenés una pareja. >>