lunes, 19 de octubre de 2015

Bautismo






















Cuando estábamos llegando con el auto Miguel se acordó que Padi le había pedido que fuéramos bien vestidos. Estábamos todos de fútbol, así que ni bien estacionamos intentamos arreglarnos con lo que teníamos a mano. Como me lo esperaba, el bautismo era una mezcla rarísima de familiares y amigos en un espacio reducido. No tardé en incomodarme, pero finalmente encontré mi lata y mi rincón y la invisibilidad ante el resto.

Era el primer bautismo del primer hijo del primer padre de la camada, pero cuando se empezaron a ir los familiares el festejo se transformó en una juntada común y corriente. Había un narguile con hierbas aromáticas dando vueltas y le di un par de hits, pero no le vi mucho sentido. Era como fumar Gatorade de frutos rojos.

En un momento merodeé la zona del cuarto del hijo de Padi. La puerta había quedado entreabierta y pude ver la escena de los tres, padre, madre e hijo. El chico dormía sobre una almohada, que estaba sobre una cama. La novia de Padi agarró la almohada como si fuera una bandeja, con el chico encima, y lo depositó en la cuna. Padi miraba atento, algo no le cerraba. Después de meditar un poco más, lo pasó de la almohada al piso de la cuna. Reconozco que fue un lindo momento. Eran las doce en punto del Día de la Madre y a Padi no se le escapaba una. De la nada le estampó un abrazo a la novia y una bolsa con una remera. Era evidente que yo estaba molestando pero no me importaba, me quedé ahí parado, como un corresponsal.

Esa noche, mientras volvía en remís a mi casa, pensé tanto en Padi que casi lo materializo. En séptimo habíamos armado una banda, Salida de Escape. Éramos Padi, el Pollo, yo y un cuarto que no recuerdo. La había armado yo, que era el único que no tocaba ningún instrumento ni cantaba ni sabía de música, pero en esa época veía que a mi alrededor no paraban de armar bandas y tenía que actuar rápido para no quedarme afuera del sistema ¿Qué haría si eso prosperaba? Por suerte nos separamos antes del primer ensayo.

Cuando los echaron del colegio, a Padi y al Pollo, lloré como el niño que era. Mi tutor me dio la noticia al mediodía y después del recreo, en clase de geografía, me empezaron a caer tantas gotas que tuve que salir de la clase. Los había agarrado Maqueyra, el director, escribiendo Maqueyra puto en la pared del baño. No sé dónde estaba yo cuando pasó todo eso, siempre tuve una gran habilidad para mantenerme lejos de los quilombos. Después dieron marcha atrás con Padi y lo dejaron volver. No así al Pollo.

La marea nos fue alejando y trayendo varias veces, aunque siempre hubo un respeto mutuo, un afecto que se edifica desde la contemplación. ¿Porqué decidí no llamarlo cuando nació el hijo? Sigue siendo un misterio para mí, aunque suelo fallar en ciertas atenciones.

Cuando el año pasado me dio la noticia de que iba a ser padre yo estaba muy borracho. Lo felicité, no me acuerdo mucho más. Él casi no conocía a la mina, la había visto dos o tres veces en su vida. Un tiempo después el Padi paró un sábado en el centro, en mi casa. Ya iban como dos o tres meses de embarazo. El domingo nos levantamos y fuimos a comer una pizza enfrente, en la esquina de Scalabrini y Juncal. El Padi ya no pertenecía a este mundo, se colgaba con cualquier cosa. Así y todo, una alegría secreta parecía recorrerlo por dentro. No era un futuro padre resignado, menos asustado. Como si hubiera hecho una cuenta y esa cuenta, de alguna manera y con las cartas ya sobre la mesa, le cerrara.

Una última para ilustrarlo mejor: cuando con Benja quebramos la empresa de picadas, el Padi se apareció una tarde en mi casa y me dijo que me la quería comprar. Fue un momento único, los dos sentados en la mesa de la cocina…yo tardé un rato en darme cuenta de que no era una joda. La empresa había sido un fracaso absoluto y la habíamos fundido en tiempo record.

–Te la regalo, boludo. Pero yo que vos le cambiaría el nombre– le dije finalmente.