lunes, 14 de septiembre de 2015

Viaje al centro del chino

En la ventana que da al sur el sol se va acomodando detrás de la Uade. Silencio en el contrafrente y un solo espectador. Tranquilo, tranquilo, me digo. Siento la espalda húmeda por las cuarenta cuadras de pedaleo. Sé que lo que viene no servirá para nada: esa hora de la tarde en la que empiezan los programas de radio televisados ¿existe acaso algo más estúpido y aburrido? Queda bajar al chino, intentar avanzar contra la corriente de gente que sale del trabajo y se mete en las bocas de los subtes, resignada, con la esperanza de las vacas que enfilan para el matadero.

 En el chino de Tacuarí y Venezuela una china desenfunda una panceta para mí. La luz de la heladera de fiambres le da bien de abajo, formando una imagen rembrandtiana, tristísima. Corta 150 justo y nos despedimos en una media lengua. Sigo haciendo algunos ochos alrededor de las góndolas, agarro detergente, nachos, soda, un pan carísimo con cereal. Entra un padre con sus dos hijos: no entendés que No es No? en qué idioma hablo? estoy hablando en español? perdón señor estoy hablando en español? Lo molesta al verdulero, lo hace partícipe de la humillación al hijo menor, que debe venir heredando la bronca y la angustia del padre desde que nació. Pero al final era bueno, el tipo, y después de pagar les pregunta a los chicos si saben cuál fruta es esa, señalando un kinoto, ellos contestan que no y cuando el padre les dice que eso se llama kinoto largan una carcajada tímida.

Me faltan los huevos, siempre se me complica con los huevos, se camuflan muy bien en la escenografía horrible de luces de tubo, cajas de cartón, mugre, una cuna interrumpiendo el paso en la góndola de limpieza.

 Termino el rally en el anexo boliviano. Me gusta la grilla de todos los cajones de fruta y verdura ordenados, conformando una amplia paleta de colores, y el verdulero siempre parado al costado como los maestros en las fotos escolares. Trabajar con la tierra, con lo que la tierra da ¡no se me ocurre tarea más noble!

De regreso, con las bolsas, dejo atrás al portero y me meto en el ascensor. David, el encargado, es un oso anchísimo y siempre lleva puesto el jogging y la camperita de la selección de Mexico. Sé que en un momento llegó a ser el mejor boxeador de Berazategui (me lo contó Martín Verón, el hippie de enfrente) y que después tuvo que abandonar la profesión por un problema renal. Todavía no traspasamos el límite del saludo y el como va…me gustaría seguir así para siempre. Me dice por mi nombre y eso es tranquilizador porque significa que todavía existo y tengo una identidad.

A las ocho menos veinte el olor de los caldos desciende del Cielo y sobrevuela la ciudad. Cuando iba al colegio esta era la hora exacta en que liquidaba la tarea y pelaba el álbum para pasar las hojas lentamente, hacia adelante y hacia atrás, para sentir el gran peso de una hoja repleta, para estudiar los clubes, las alturas, el arquero suplente de Italia: Gianluca Pagliuca.