1.
No te mientas,
hermano, qué vas a estudiar un sábado a la noche, dejame adivinar, estás en tu
cama, todo oscuro, con la batería de la laptop quemándote los huevos y a punto de
arrancar una película pixelada.
Miguelito era
bueno para convencer, sabía manipular.
Entonces te
bañás, te tomas un taxi y yo voy descorchando dos tubos de vino para que se
aireen.
En la mesa del
comedor jugaron a lo de siempre, ping pong de preguntas futboleras y el que
perdía tenía que fondear tres dedos de vino. Enganche de Ferro del 98: Cristian
Chaparro ¡Chaparrito!...después fracasó como el mejor. Esas eran las más
fáciles, había preguntas imposibles como recitar la línea de cuatro titular de
Los Andes. Mientras tanto, Miguelito iba arreglando para verse con Sol y una
amiga en Pasadena.
Ni bien
llegaron al boliche Pedro supo que sobraba. Miguelito se había encontrado con
Sol y la amiga bailaba con un chileno.
Hacerse amigo
del chileno, ir corriéndolo a poco. Le descubrió un tatuaje de un pentagrama en
la muñeca y empezó a hablarle de instrumentos, si tocaba algo, cómo se llamaba
su banda. Parecía una buena persona. Al rato ya eran tres, hablando a un
costado de la pista. ¿Vos como te llamás? Jazmín. Yo soy Pedro. El chileno
siguió siendo el chileno.
El plan funcionó.
Lo fue cansando, gritándole a centímetros de su oreja hasta
aturdirlo, y sin descuidar a Jazmín. Le rozaba el brazo, le sostenía la mirada,
quería establecer un código. El chileno terminó borrándose.
Ella era de
Bariloche. Morocha y una sonrisa que mostraba unos dientes cortitos y
alineados. Cuando Pedro quiso anotar su celular en la lista de contactos
aparecieron los Jimena Casa, Jimena Abuela, Jimena 2. Ella le preguntó quién era y
tuvo que contarle de su ex, su corte hace dos meses. Sabía que no sumaba
hablar de otras mujeres.
Dos meses, qué
poquito ¿todavía estás haciendo el duelo?
De qué duelo
me hablás, estoy acá con vos…vos, mirá, vos debes estar entre las tres minas más lindas de este lugar.
Mmm…no sé, esa
de vestidito negro ya me gana.
¿Te volviste
loca? Le sacás una vuelta entera a esa.
Y así.
Bailaron red
red wine pegados y ella dijo que tenía que ir al baño. Pedro se quedó hablando solo como en las
películas: si vuelve me tiro, de una, sin pensarlo. Así fue. Besaba bien, Jazmín, con sutileza, abriendo y cerrando su boca de dientecitos alineados
como si siguiera un compás.
A las seis se
cortó la música, se encontraron con Miguelito y Sol y salieron. Unas cuadras
más adelante escucharon una música que llegaba desde un primer piso. No había
carteles ni patovicas en el edificio, sólo una escalera angosta que subía.
Todavía excitados por el boliche decidieron subir y nadie los frenó. Parecía
una fiesta privada. En un salón verdeazulado por las luces del dj sonaba Gilda.
El rango de edad iba desde los quince hasta los sesenta. Pedro arrinconó a su
chica contra la pared y siguieron lo que habían empezado más temprano; ahora su
mano iba y venía entre la calza y la tanga de la otra. Después bailaron un rato.
Algunos pasaban con cotillón fluorescente, otros con Quilmes de litro. Pedro
quiso conseguir algo de eso y ahí empezó todo. Frenó a uno de antifaz y se lo
pidió prestado.
¿Vos quién
sos?
A Pedro se le
dibujó una sonrisa nerviosa.
¿Y ella, es tu
novia?
Mi novia, si.
Jazmín no
podía escuchar lo que hablaban. Después Antifaz le habló al oído a ella.
¿Este es tu
novio?
No, no, es un
amigo.
Y después:
-¿Por qué me mentís, fantasmita?...contestame, porqué me mentís-. Le dio un
empujón, Pedro lo devolvió. Después vino el botellazo y, una vez en el piso,
las patadas en la cabeza. Gilda fue la banda de sonido del episodio. Miguelito
escuchó unos gritos y cuando se abrió el tumulto de gente vio la cara de Pedro
bañada en sangre. Entre dos lo ayudaron a cargarlo hasta abajo, Antifaz había
desaparecido. Jazmín y Sol los siguieron, gritaban. Pasaron veinte minutos
hasta que llegó la ambulancia. Miguelito se subió con la camilla y las mujeres
en un taxi.
Miguelito supo
que el asunto era serio cuando escuchó, de boca del doctor: traumatismo de
cráneo. Le habían dado veintidós puntos.
-¿Vos sos amigo? Fijate de llamar a algún familiar- agregó antes de desaparecer
por donde había salido. Jazmín estaba afuera fumando y llorando al mismo
tiempo, su amiga la consolaba. Miguelito se sentó en un banco del pasillo y
sintió cómo le volvía el asma. Sacó el Ventolin del bolsillo y gatilló dos
veces. Cuando quiso guardarlo se le cayó y rodó por las baldosas del pasillo.
2
Pedro despertó
a los dos días. Cuando abrió los ojos reconoció a sus viejos. También estaba el
médico. Creía haberse levantado de una siesta larga, no recordaba absolutamente
nada. Miguelito entró más tarde.
¿Cómo estás?
Hermano, tengo
un puchero hirviendo en la cabeza.
Miguelito le
fue relatando toda la noche, desde Pasadena hasta la bailanta, de Antifaz, de Jazmín. -¿Y esa?-.
Lo trasladaron
a la sala de cuidados intensivos. Su compañero de cuarto resultó un viejo al
que le habían diagnosticado pocas semanas de vida. Un edema facial le había dejado
la cara como si la hubieran dinamitado. Pelotas de carne se superponían entre
sí, ya casi no se podía distinguir los ojos, la nariz, la boca. Al parecer la
inflamación también era interna y le estaba obstruyendo la vena cava. La
primera vez que lo vio, Pedro creyó que estaba alucinando. Después, por un
instante, pareció reconocerlo. Un déjà vu, tal vez, o algo por el estilo. La
memoria, después del golpe, le tendía trampas.
Una escena
comenzó a repetirse: de noche, a la madrugada, a media mañana: cada vez que
Pedro se despertaba giraba con esfuerzo su cabeza y se topaba con la mirada
deforme del viejo, que parecía estar observándolo desde hace horas. Ahora ya
estaba seguro de haberlo visto en otro lado.
-Yo a usted lo
conozco- se animó a decirle una mañana después de sostenerle la mirada un rato
largo, y ni bien terminó de hablar, el viejo, con la lentitud de un moribundo,
se incorporó y comenzó a arrancarse los cables y las mangueras que lo mantenían
conectado. Ya estaba logrando levantarse, ya se dirigía hacia su cama mientras
sonaban las alarmas que salían de las máquinas estabilizadoras cuando Pedro
empezó a sentir puntadas en la nuca y en los parietales y se desmayó.
Al despertarse
la cama de al lado estaba vacía. Le preguntó a su enfermera por el otro paciente de la sala y le dijeron que ya hace varios días que el viejo había muerto.
De noche
tenía pesadillas que lo despertaban con la remera y las sábanas mojadas de transpiración. Y
todo eso se le mezlcaba con la realidad, con las semanas que transcurrían en la
sala de cuidados intensivos. Fue por esos días cuando le llego un mensaje de
texto de “Jazmin Pasadena”. Quería saber cómo estaba. Pedro la llamó. Hablaba
con tonada, una voz particular que a Pedro le gustó de entrada. Empezaron a
llamarse más seguido, a veces él, a veces ella ¿No te acordás de cómo soy, en
serio? Preguntaba Jazmín.
Creo que no.
¿Nada, nada?
No, pero tenés
linda voz…es como si tus palabras se quedaran patinando, sobre una pista, así,
fium, sin chocarse. Una pista de hielo, como la de Neviska ¿Nunca fuiste a
Neviska?
Creo que no.
¡Neviska, en
Bariloche, si vos sos de ahí!
Sí, ubico,
pero creo que nunca fui.
Le sacaron los
puntos pero los dolores seguían. Las visitas de familiares empezaron a
escalonarse cada vez más y a Pedro le pareció mejor así. Mejor así, le dijo a
Jazmín en una de esas charlas, pero faltás vos. Jazmín se rió.
Dale, mañana
puedo pasar…¿Qué digo en la recepción? ¿Que soy una amiga?
Decí que sos
un águila. Un águila, eso, te tienen que creer.
Ey ¿estás
bien?, qué tomaste.
Decí que sos
mi novia, entonces, no creo que me vuelvan a pegar por eso.
La morfina lo
hacía hablar así. Prácticamente venía hablando por él desde que se despertó. Después
la conversación se fue apagando hasta que Jazmín, del otro lado, sólo escuchó
un ronquido leve pero constante.
Acostado en su
cama Pedro fue acordándose de todo, su mente se iba afinando. Sin embargo trataba
de rearmar la cara de Jazmín y le resultaba imposible, entonces al rato le
volvía a doler la cabeza y dejaba de intentar. Ella no apareció al día
siguiente en el que habían quedado ni volvió a llamar. Unos días después Pedro le mandó un mensaje y ella contestó con un quién sos.
Tal vez sea otro delirio, pensó. Le puso: nadie. Pero ella insistía ¿quién
sos? ¿quién sos?
3.
Le dieron el alta y volvió a su casa. Su familia se preocupó porque Pedro confundía varios términos. Una vez, con un pantalón en la mano, le pidió a su madre que le cosiera la camisa. El médico no era preciso con respecto a eso, no sabía cuánto tardaría en acomodarse su cabeza.
A través de
Miguelito supo que a Jazmín le habían robado el teléfono y había perdido todos
los contactos. La llamó y le explicó quién era. Jazmín deslizó que estaba saliendo con alguien pero de todas maneras fue amable con él. Quiero verte, le dijo esa
vez, pero a ella no le pareció buena idea.
Ahora la historia se transforma en un círculo a mano alzada. Una noche vuelven a Pasadena, Pedro y Miguelito y algunos más. Ya sobre el final, Pedro la ve a Jazmín a lo lejos ¿Cómo, si nunca pudo reconstruir su cara? De alguna manera supo que era, y cuando llegó hasta ella y la llamó por su nombre: era Jazmín.
Espero tener mejor suerte hoy.
Y también: no
me importa nada, che ¿Estás de novia? No me importa, la verdad, vámonos, salgamos de acá,
por favor te lo pido, no se aguanta este calor, es como respirar algodón.
Terminaron en
La Madelaine. Pedro la convenció de que pidiera ravioles a los cuatro quesos.
Marcharon dos platos, eran las seis de la mañana y una pantalla clavada en un
noticiero mandaba las primeras noticias del día. El país se prendía fuego, todo
parecía llegar a su fin. Pedro le mostró la cicatriz al costado de la frente y
a Jazmín no le alcanzó con verla y le pasó el dedo índice varias veces. Harry
Potter, le dijo. Un Harry fisura, sos vos. Después trajeron los platos. Pedro
se colgaba mirándola a ella o mirando la calle o mirando los zócalos del
noticiero que anunciaban la debacle total.
Dale que se te enfría nabo.
Ya estoy, ya estoy. Me gusta tu voz ¿ya te lo dije?
Creo que sí.
Está todo bien entre nosotros ¿cierto?
Dale que se te enfría nabo.
Ya estoy, ya estoy. Me gusta tu voz ¿ya te lo dije?
Creo que sí.
Está todo bien entre nosotros ¿cierto?