(Foto: Irina Dambrauskas)
La semana como la larga cuerda que cruza el circo de lado a lado, la semana como esa corrida hasta el toldo familiar con la arena quemándome la planta de los pies. El sábado como la sombra fresca del toldo, el fútbol como mi madre pelando los sándwiches de milanesa y la coca tibia.
Cuando en las previas se puso de moda ese jueguito de
contestar una pregunta con otra pregunta, y esa pregunta con otra pregunta,
todo a gran velocidad, yo siempre empezaba con la misma: ¿Cuándo fue la última
vez que te quisieron tanto? Era para descolocar al rival. ¿Y cuándo, entonces?
Me acuerdo de una tarde de enero en Bariloche, salí con el kayak y el lago era
una gran mancha de aceite de oliva. En las escenas más románticas de mi
película siempre estoy solo, con la mirada hacia adentro, hacia ese mundo que
me inventé para nunca aburrirme. ¿Y cuando, y cuando? No sé, pero si pudiera
volver el tiempo atrás cambiaría la pregunta por ¿Cuándo fue la última vez que
te quisieron de verdad? Hubiera ganado por knock out todos los partidos.
El sábado me levanto temprano y camino en calzones hasta el
espejo del baño. Después me sorprendo por el color de los ojos, rojos de alguna
sustancia o resaca. Y pequeños, como idos. Entonces pongo la cabeza debajo de
la canilla de la bañadera y el chorro de agua helada en la nuca me devuelve de
un saque a la realidad. Las idas hasta el Condado con amigos cada vez son más
zombies, y es que ha llegado un punto en que ya no queda nada por contarse ¿Eso
está mal? No sé, pero lo lindo del fútbol es que nunca nos vamos a quedar sin
tema adentro de la cancha. Buoh, muy Alejandro Apo todo, vayamos más rápido.
Ganamos 2 a 1 en un día nublado y con un vendaval que daba
miedo. Tal vez era un sábado para quedarse echado en el sofá viendo alguna
serie genial, pero ahora estacionamos los autos y nos ubicamos en las mesas del
fondo del Gringo, una parrilla que es pura poesía. El suelo es de tierra y para nada plano, y las
mozas son cinco hermanas que podrían hacer la remake de Orgullo y Perjuicio pero en el Gran Buenos Aires. La nuestra es la más simpática, antes de pagar nos saca la
foto de la suerte y nos deja su facebook. Paula Prieto: mientras me duchaba más
tarde pensé en vos, te imaginé aceptando la solicitud de todos los pajeros de
La Risa y casi me estalla el corazón de alegría.
La parrillada en el Gringo es el punto más alto del gráfico, después viene un lento
descenso que va a parar a la boca ancha y oscura de la melancolía, y el domingo a las
dos de la mañana me pregunto si estuve bien, si las cosas lindas se van a
repetir, si voy a tener otra chance de sostenerle la mirada cinco segundos a mi chica preferida y si esa próxima vez la podré estirar a diez, a quince, a veinte, hasta que entienda
que ahora trato de ser bueno, que ya no me enferma el aire matutino, que ya no hago esas preguntas idiotas
como cuándo fue la última vez que te quisieron tanto.