sábado, 8 de febrero de 2014

Aeropuertos



Desde que volví al caldo de Buenos Aires tanteo mucho por whatsapp, escupo telarañas que por el momento se deshacen en el aire porque como siempre sostuve, los mensajes del amor patinan mejor sobre el frío de los inviernos. La gente en febrero anda muy ensimismada y yo me quedo afuera porque ese proceso ya lo hice, ahora quiero salir a la cancha y saludar a mi gente.

Esta mañana vino Alejo a tomar el desayuno. Cayó con unos sándwiches de miga malísimos porque eran de morrón y huevo y dijo que en la panadería se le nubló la mente y pidió cualquier cosa, suele pasar, antes, cuando iba al cine, para calmar la ansiedad, compraba esas gomitas surtidas y carísimas que venden al lado del pochoclo y después ni las tocaba porque son incomibles. Ahora dejé el azúcar. Y el alcohol, y la Coca. También dejé el pan y y el frito. Como contrapeso fumo más que nunca, empecé con algo temible que es fumar dos seguidos, prender el segundo con la última brasa del primero. En la escala de Roma-Buenos Aires estuve tres horas varado en el aeropuerto de Madrid y como caí directamente en la zona de embarque no podía fumar en ningún lado. Terminé en el baño, una imagen tristísima, arrodillado sobre el inodoro como si estuviera por vomitar pero en vez de eso largaba todo el humo de cada pitada y tiraba la cadena varias veces para que no sonara la alarma de incendio. Cuando salí del cubículo hice algo que voy a adoptar para toda mi vida: un tipo que estaba atrás mío me llamó, disculpe caballero, y no me dí vuelta, caballero disculpe, pero seguí caminando hasta mi puerta de embarque donde había dejado la valija.

Entonces entendí que ya no tengo que darme vuelta para nada. Ahora escucho a Larralde all day long, sólo al barba y también un poco a Zitarrosa, y no me surge girar la cabeza porque todas mis ex nunca quisieron escucharlos conmigo. Y porque hablan del hombre, del campo, del alma…no se pajean con tanta melancolía.

¿Existirá un título más hermoso para una canción que Porque aprendí a florecer? “Porque aprendí a florecer me duelen tantas heladas”. Larralde te liquida.

Pero no voy a dejar de fumar. Como leí una vez en otro aeropuerto, los cigarrillos son los signos de puntuación de la vida. Así de necesarios. Esta mañana intercalamos varios con el café negro mientras Alejo me contaba que en enero acabó una noche con una flaca en el balcón de su casa y “de golpe a la mina se le vencieron las rodillas”, se desmayó por completo, la tuvo que entrar a upa como un bombero y la acostó en su cama, y la historia terminaba super bien y yo anotaba todo mentalmente para incluirlo en el cuento que estoy escribiendo sobre él y que tengo estancado hace ya año y medio. De fondo caía un diluvio parejo, una cortina gris que tapaba por completo los edificios del otro lado del pulmón. Yo me sentía bien y Alejo estaba asombrado de que me hubiera levantado a las ocho. Cambié mis horarios, le expliqué, y me dijo que era imposible cambiar algo que nunca se tuvo. Me reí, tenía razón.

Después están los mareos, las historias patéticas e inverosímiles y las resacas potenciadas por el tabaco. En el aeropuerto de Fiumicino me metí en una de esas salas para fumadores. Era un lugar pequeño, herméticamente cerrado y casi no se podía respirar. En el medio del cuarto, como si estuviéramos en una de esas películas que pasan por Isat a la medianoche, había un tacho de aluminio que largaba humo (¿de tabaco?) hacia todas las direcciones. Pensé que podría ser el tótem de los fumadores. Y la pared del fondo era un gran ventanal que daba al despegue de los aviones y al cielo nublado de Roma. Entonces nos íbamos parando en hilera de cara al ventanal, todos los fracasados de este mundo, inhalando mercurio y tolueno y arsénico, prestándonos fuego, y mirando al cielo: César, los que vamos a morir te saludan.

Ahora son las dos de la tarde y un amigo me mensajea diciendo que es infeliz pero sé que es mentira. Yo pensé lo mismo la otra tarde cuando la noche que se aproximaba, esa noche en particular, me generó un vértigo que nunca antes había padecido y sentí que no habría forma de atravesarla. Pero eso también era mentira.