Apoyada sobre
la baranda del balcón, en el bar de siempre...bueno, esa fue la
última vez que la vi. Se divertía, ella, siempre fue así, nos ayudaba a
ilusionarnos con que era una mina al alcance. Porque yo también caí en la
trampa, y con la cabeza sobre la almohada mil veces caminé de su mano por la
peatonal, aunque en esta vida sí, una sola vez caminamos juntos, a las cuatro
de la mañana por Callao, casi rodando íbamos... la dejé en su casa, esa noche me había llamado ella, más temprano, pero a quién le
importa, ahora.
Nunca fui a un
velorio. Nunca fui a un entierro. Nunca entré a un cementerio. Una sola vez le
encajé un beso y creo que nunca me dijo por mi nombre. Poray esa vuelta en
Valeria, cuando alquiló en el depto de al lado y nos cruzábamos todo el
tiempo...poray se le escapó alguna vez. Siempre tuviste cara de pervert,
me dijo una noche en la playa...estábamos con unos amigos y varios se rieron.
Ese verano ella andaba con un surfer de la zona, uno de esos tipos dañinos que es mejor no
acercarse demasiado. Me consumían los celos, a mí, pero después no la veía por
varios meses, me olvidaba del tema, hasta que volvía a aparecer. Y así.
Era una bomba.
Era, como me dijo el Perro una vez, un butter toffie. Un quesito
metálico. Había una armonía de los pies a la cabeza, todo seguá un ritmo,
una sinfonía perfecta. Con el perro nos podíamos pasar horas describiéndola.
-Sabes lo que tiene, sex appeal tiene- me decía. Y después la desvirtuábamos...
sexo a pila, terminaba siendo.
Ahora que pienso, la cosa no podía terminar de
otra manera. Era una ferrari puesta a 300 por hora y sin frenos.
Sé que hace no
mucho, en el bar de siempre, alguien me nombró y ella dijo ay, te acordás, y se
quedó colgada mirando un punto cualquiera. Varias veces me repetí esa escena.
La matamos
todos, Perro, le digo por teléfono hace unos días. Me desvelé, me puse a chupar
como un cabeza y lo llamé. Creamos una bestia, todos los que la quisimos, le
sigo diciendo. Tanto deseo, Perro, tanto tanto deseo colectivo. El Perro me
dice que no hinche las bolas, que me vaya a dormir. La matamos, Perro.
Decía, nunca
fui a un cementerio. Es mi forma de esquivar a la muerte. Nunca tuve un cuerpo
frío a mi lado, no sé lo que es eso. Cuando me entero que alguien cercano la quedó me encierro en mi cuarto a imaginarme el lugar -oh, el lugar físico- adonde se fueron todos ellos.
Hay que pensar en esos términos. Unos días después de que el Perro me contara
empecé a googlear la noticia en los diarios. Uno colgó la foto de ella, tirada
boca arriba sobre unos azulejos marrones y con el torso bañado en sangre.
Parece joda, en Centroamérica se muestra todo, hay otros códigos. Me quedé
helado, después sentí una picazón en todo el cuerpo y cerré todo.
Abro el feisbuk
y miro fotos suyas, los ángeles de Senetiner vinieron a visitarme de nuevo.
Están sus viajes a Miami y toda la costa oeste, con esos amigos que nadie sabe
de dónde sacó. Busco el llanto y lo encuentro, soy tan boludo que pienso que mi
vida es una película de cine independiente, pienso que cuanto más la llore más
importante voy a haber sido en su vida. Ja. No sé.
Ahora un poco
de ficción porque esos diarios de nombres extraños no dan demasiados detalles:
Ella estaba en uno de esos bares siniestros llenos de latinos repasados. Se
había peleado con el novio y quedado sola en una mesa. Un pelado con
candado se le acercó y le dijo si quería ser su pareja de pool en el torneo que
se estaba por armar. Me lo imagino parecido a Hernán, mi personal trainer, al
pelado. Lo que pasó después fue que ganaron todo, ella estaba con ese orto
tremendo que siempre tuvo, para el pool y debajo del jean ajustado también, los
muchachos se la devoraban con los ojos, tiraban rayos láser los ojitos de los
latinos. Ganaron la final y se llevaron no sé cuántos dólares cada uno, pero
el Pelado no se iba a conformar con eso. La llenó de cerveza, pobrecita, y
después, a la vista de todos, le encajó unos chupones asquerosos que harían
temblar hasta el mara más zarpado de los maras.
Y bueno, allá
en Honduras los chismes corren más rápido que cualquier feisbuk. Ella se
deshizo del Pelado y se volvió caminando a su casa. La Última Cena fue un plato
de porcelana con tres líneas en fila. El tipo llegó más tarde y a partir de acá
viene lo que todos sabemos. Sopapos, corridas, puteadas en spanglish, y
finalmente el cuchillo atravesando capas y capas ¿de qué? layers de vida,
Perro. La matamos, Perro.
Me quedo con esa figurita para siempre: una noche después del bar, ella ya estaba en la esquina y me hizo con la mano para que
vaya, vení boludo, es ahora o nunca, y seguía haciendo así con la mano para que
la acompañara a su casa. Tenía cien tipos alrededor que la hubieran llevado
hasta el fin del mundo, pero el gesto venía hacia acá y yo sentí de golpe que
todos los engranajes enganchaban y corrían aceitados, que algo bueno estaba por pasar.
Teníamos 20 años creo...después apretamos en la puerta de su casa. Antes de perderse
por la entrada principal le pregunté en qué piso vivía. ¿Para qué? me dijo.
Vivía en el séptimo be.
-Ya te voy a tocar el timbre, vas a ver-. Y no. Y nunca.
-Ya te voy a tocar el timbre, vas a ver-. Y no. Y nunca.