viernes, 1 de noviembre de 2013

Zara















Apoyada sobre la baranda del balcón, en el bar de siempre...bueno, esa fue la última vez que la vi. Se divertía, ella, siempre fue así, nos ayudaba a ilusionarnos con que era una mina al alcance. Porque yo también caí en la trampa, y con la cabeza sobre la almohada mil veces caminé de su mano por la peatonal, aunque en esta vida sí, una sola vez caminamos juntos, a las cuatro de la mañana por Callao, casi rodando íbamos... la dejé en su casa, esa noche me había llamado ella, más temprano, pero a quién le importa, ahora.

Nunca fui a un velorio. Nunca fui a un entierro. Nunca entré a un cementerio. Una sola vez le encajé un beso y creo que nunca me dijo por mi nombre. Poray esa vuelta en Valeria, cuando alquiló en el depto de al lado y nos cruzábamos todo el tiempo...poray se le escapó alguna vez. Siempre tuviste cara de pervert, me dijo una noche en la playa...estábamos con unos amigos y varios se rieron. Ese verano ella andaba con un surfer de la zona,  uno de esos tipos dañinos que es mejor no acercarse demasiado. Me consumían los celos, a mí, pero después no la veía por varios meses, me olvidaba del tema, hasta que volvía a aparecer. Y así.

Era una bomba. Era, como me dijo el Perro una vez, un butter toffie. Un quesito metálico. Había una armonía de los pies a la cabeza, todo seguá un ritmo, una sinfonía perfecta. Con el perro nos podíamos pasar horas describiéndola. -Sabes lo que tiene, sex appeal tiene- me decía. Y después la desvirtuábamos... sexo a pila, terminaba siendo.

Ahora que pienso, la cosa no podía terminar de otra manera. Era una ferrari puesta a 300 por hora y sin frenos.

Sé que hace no mucho, en el bar de siempre, alguien me nombró y ella dijo ay, te acordás, y se quedó colgada mirando un punto cualquiera. Varias veces me repetí esa escena.

La matamos todos, Perro, le digo por teléfono hace unos días. Me desvelé, me puse a chupar como un cabeza y lo llamé. Creamos una bestia, todos los que la quisimos, le sigo diciendo. Tanto deseo, Perro, tanto tanto deseo colectivo. El Perro me dice que no hinche las bolas, que me vaya a dormir. La matamos, Perro.

Decía, nunca fui a un cementerio. Es mi forma de esquivar a la muerte. Nunca tuve un cuerpo frío a mi lado, no sé lo que es eso. Cuando me entero que alguien cercano la quedó me encierro en mi cuarto a imaginarme el lugar -oh, el lugar físico- adonde se fueron todos ellos. Hay que pensar en esos términos. Unos días después de que el Perro me contara empecé a googlear la noticia en los diarios. Uno colgó la foto de ella, tirada boca arriba sobre unos azulejos marrones y con el torso bañado en sangre. Parece joda, en Centroamérica se muestra todo, hay otros códigos. Me quedé helado, después sentí una picazón en todo el cuerpo y cerré todo.

Abro el feisbuk y miro fotos suyas, los ángeles de Senetiner vinieron a visitarme de nuevo. Están sus viajes a Miami y toda la costa oeste, con esos amigos que nadie sabe de dónde sacó. Busco el llanto y lo encuentro, soy tan boludo que pienso que mi vida es una película de cine independiente, pienso que cuanto más la llore más importante voy a haber sido en su vida. Ja. No sé.

Ahora un poco de ficción porque esos diarios de nombres extraños no dan demasiados detalles: Ella estaba en uno de esos bares siniestros llenos de latinos repasados. Se había peleado con el novio y quedado sola en una mesa. Un pelado con candado se le acercó y le dijo si quería ser su pareja de pool en el torneo que se estaba por armar. Me lo imagino parecido a Hernán, mi personal trainer, al pelado. Lo que pasó después fue que ganaron todo, ella estaba con ese orto tremendo que siempre tuvo, para el pool y debajo del jean ajustado también, los muchachos se la devoraban con los ojos, tiraban rayos láser los ojitos de los latinos. Ganaron la final y se llevaron no sé cuántos dólares cada uno, pero el Pelado no se iba a conformar con eso. La llenó de cerveza, pobrecita, y después, a la vista de todos, le encajó unos chupones asquerosos que harían temblar hasta el mara más zarpado de los maras.

Y bueno, allá en Honduras los chismes corren más rápido que cualquier feisbuk. Ella se deshizo del Pelado y se volvió caminando a su casa. La Última Cena fue un plato de porcelana con tres líneas en fila. El tipo llegó más tarde y a partir de acá viene lo que todos sabemos. Sopapos, corridas, puteadas en spanglish, y finalmente el cuchillo atravesando capas y capas ¿de qué? layers de vida, Perro. La matamos, Perro.

Me quedo con esa figurita para siempre: una noche después del bar, ella ya estaba en la esquina y me hizo con la mano para que vaya, vení boludo, es ahora o nunca, y seguía haciendo así con la mano para que la acompañara a su casa. Tenía cien tipos alrededor que la hubieran llevado hasta el fin del mundo, pero el gesto venía hacia acá y yo sentí de golpe que todos los engranajes enganchaban y corrían aceitados, que algo bueno estaba por pasar. Teníamos 20 años creo...después apretamos en la puerta de su casa. Antes de perderse por la entrada principal le pregunté en qué piso vivía. ¿Para qué? me dijo. Vivía en el séptimo be. 

-Ya te voy a tocar el timbre, vas a ver-. Y no. Y nunca.