Cata, lejísimos de esta moda que se impuso, de dedicar cartas idiotas, me largo a escribir después de escucharte en el aeropuerto de Madrid y en el de Buenos Aires, frente a un par de periodistas que se cagaron de frío o calor para preguntarte lo que ya saben que contestarás…todos sabemos que no vas a decir nada que salga de tu cuadrilátero mental. Que estás a las órdenes del técnico, que querés lo mejor para todos nosotros…yo te sobrescucho y ya me imagino el primer día en la Bombonera, vos devolviéndonos tu sonrisa deforme ante la ovación, la primera ovación de todas, porque hay que aclarar que nunca antes te cantamos.
Y sin embargo no hay bostero que no recuerde el caño al
Muñeco Gallardo.
Cata Díaz. Salgo temprano a laburar y en el puesto de
diarios de la esquina está el retrato familar. Diario Olé, tapa. Vos, tu mujer,
tus hijos. Tu mujer está tan fuerte que me lleva a preguntarle al kiosquero a
cuánto el Olé. Te llevo conmigo, Cata, tu familia descansa bajo mi axila en el
subte. En la línea D me imagino la discusión marital en un depto de Madrid, tu
mujer pidiéndote que pienses en tu familia, en tu hijo, que tan bien le está
yendo, joder Daniel, se le escapa a tu esposa que ya habla como una gallega más. Vos no sabes qué hacer y a la
noche te cuesta dormir. Te tienen de los huevos, hermano, como vos tenés a los rivales.
En el 2005 yo era un pibito que se sacaba autofotos con una
guitarra eléctrica sin saber distinguir ninguna
de las seis notas. También me tocaba en el baño soñando con un futuro mejor,
planeando esa venganza típica de un superhéroe con pasado de bullying.
Yo me hice hombre junto a vos, Cata, pero cuando te fuiste
no me importó ni un poco, me interesaban otras cosas. Ahora volvés en lo peor
de mi vida, es gracioso. Ese punto en donde buscás situaciones aún más bizarras
de pura curiosidad, porque ya no hay mucho que perder. Entonces te veo entrenando con tus nuevos viejos compañeros y una ligera satisfacción me recorre el cuerpo, vuelvo a pensar en tu mujer y esas discusiones…
Esto no lo soñé: el Cata Díaz trota alrededor de la cancha
auxiliar Pedro Pompilio, yo observo sentado en los escalones de la grada y el
frío me aplasta, me comprime el pecho volviéndolo duro como el mármol. Sólo
suelto el grito cuando pasa a mi lado, ¡gracias Cata por volver!
Y también le hubiera dicho devolveme todos estos años Cata, devolveme
la alegría de estar vivo con una tribuneada de esas que nunca te gustaron. Los
defensores no salen en la foto del Deportivo del lunes pero el Cata siempre
lleva consigo un halo de misterio galáctico que lo vuelve único. Por eso
escribo estas estupideces a las siete de la mañana, manijeado por la abstinencia
del fútbol tosco y argentino que nunca llenará ningún vacío. Devolveme algo de
todo lo que invertí, Cata Díaz. Haceme recordar por un segundo esa noche de
niebla espesa en donde tuvimos que imaginarnos cómo les robaste el alma a los
delanteros del Cúcuta.