jueves, 7 de febrero de 2013

Agorafobia




Hay veces, muy pocas veces, que si cierro los ojos y me concentro durante varios segundos, puedo oler el telgopor de las cajas de los heladeros que recorrían las orillas de Miramar en 1996. O un pirulín. 

Esperando el semáforo peatonal  cierro los ojos y el truco vuelve a funcionar. Una vez leí que la fobia a la calle empieza por la cuadra de tu casa y luego se expande como una bomba atómica hasta que finalmente ya no podés caminar por tu ciudad. Antes, pero no hace mucho tiempo –días-, yo hacía un ruido muy extraño con los dientes cuando iba por la calle. Era el terror de cruzarme con alguien, de cruzarte con alguien. 

Si existiera un ranking de los mejores jugadores de figuritas del colegio en séptimo grado, el Gordo L______  se ubicaría cómodo en el primer puesto. ¿Y en el último? Adivinen. Entonces, cuando sólo me quedaba una figurita, aparecía el dilema de jugarla o guardarla. Si decidía jugarla, lo más probable es que me quedara seco para el segundo recreo.

Pero nunca la jugué. Ni siquiera en el segundo recreo…la figurita me quemaba en el bolsillo hasta la hora de irnos.   

Cuando el susto por esa chica de espaldas que se parece a vos aturde tanto como la sirena de una ambulancia, significa que la fobia anda cerca. Entonces, en esos momentos, tengo que agarrarme fuerte a lo primero que encuentre. La última figurita, a veces, puede ser un recuerdo de 1996. Ni siquiera un recuerdo en movimiento, alcanza con una imagen, el interior de una caja en dos colores, la mitad de limón y la otra de frutilla.