jueves, 21 de febrero de 2013

La noche trascendental de Buenos Aires



I

La hermana de Miguelito Prado construye una metáfora con la piel mojada de los caballos que aparece después de sacarles la montura. Estamos en el pasillo de Galileo ¿Es un sueño? No, es la noche del 19 de febrero de 2013.

Ahora, un taxista parecido al abuelo de Monopoly me habla del kiosco que desde hace doce años tiene su hijo en Ciudad Universitaria, a metros de la parada del 37, y yo estoy seguro de conocerlo, al hijo, sí, uno de rulos, y todo comienza a parecerme una gran puta casualidad cuando Monopoly me dice que no importa si en Córdoba y Callao ya pasamos los treinta mangos, que él me va a llevar hasta mi casa porque cinco pesos más o cinco pesos menos no hacen nada. ¿Es un sueño? No, es la noche del 19 de febrero de 2013.

Y puedo seguir. Puedo contar que después de algunas cervezas el primo del Gordo se puso a hablar tanto y tan gráfico sobre sexo que en un momento el living de Peu se transformó en el interior de una vagina inmensa y húmeda, puedo asegurar que esa noche fresca de febrero anduve por Galileo, por Balvanera, más tarde por Puerto Madero, en una fiesta supercool, puedo exagerar y decir que al final del viaje sentí tanta empatía con el abuelo Monopoly que antes de bajarme estrechamos la mano como dos cowboys y yo deseé de corazón que le vaya bien, algo que no me ocurre con casi nadie, y que llegué tan cansado a mi cama que sin darme cuenta me dormí sobre una bolsa metálica y ruidosa, lo que sin dudas afectó mi subconsciente, trayéndome pesadillas metálicas y ruidosas.

Etcétera.

II

Cuando empecé a escribir, a los quince años, tenía dos o tres frases que en cuanto podía las tiraba a la cancha. Noche trascendental de Buenos Aires, esa salía con fritas. “Y entonces, cayó la noche trascendental de Buenos Aires” ¿Qué carajo significaba? No sé. Así como los magos, yo suelo caer en los nada por aquí nada por allá. Y sin embargo, hace un rato, tratando de dormir, empecé a pensar en la noche del 19 y se me ocurrió un sentido para esa frase…

…Se me ocurrió que si me lo propongo puedo hablar hasta el infinito sobre una noche cualquiera, y entonces, cuando por fin termine de relatar hasta el último detalle, cuando hasta mis nietos se aburran con la historia sobre la nada, entonces habré contado la noche trascendental de Buenos Aires.

…Sé me ocurrió que estoy un poco triste, que todas mis noches se repiten hasta el cansancio y que entonces necesito amontonar  imágenes boludas así como una punky de la Bond necesita abrochar pins en la tira de su mochila. Nada por aquí, nada por allá, el sentido a las cosas lo debe poner uno.

El otro día coincidíamos con mi amigo Francisco en que la mejor montaña rusa de todos los tiempos es la de agua del Parque de la Costa. En esa montaña no existen cinturones ni mecanismos de seguridad, y en la última bajada, empinadísima, a mil por hora, si no echás el cuerpo hacia atrás con todas tus fuerzas, si no endurecés los abdominales hasta acalambrarlos, te matás, literalmente hablando, che, caes y morís por el impacto o por algún cable mojado o atropellado por mil canoas oxidadas. A eso me refiero, a que estamos solos en este mundo, a que dependemos de nosotros y de nadie más para no hacernos mierda contra un fierro, y que apenas contamos con nuestra astucia para retener los ínfimos buenos momentos de la vida, para no caer en el olvido general, en la desidia feisbukera, en ese precipicio oscuro que dejan las ascensores cuando están en la planta baja.