miércoles, 5 de septiembre de 2012

Carta a un hincha de Estudiantes



Hacía mucho tiempo que no lloraba. Hablo del llanto físico, de salpicar gotas saladas, de empañarse la vista y tener que poner a andar el limpiaparabrisas. Ya me había acostumbrado a llorar por dentro…una sensación de mierda, una implosión que me iba descosiendo los tejidos de los órganos. Pero anoche, después de más tres años volví a llorar como nunca, con mocos, con hipo, con la mano tapándome los ojos hinchados de sangre para no pasar vergüenza con mis amigos.

Es muy difícil hablar sobre vos sin caer en lugares comunes, Martín, pero lo voy a intentar. Lo que ocurre es que vos ya sos un lugar común…todo lo que se dijo sobre vos, la película, tus declaraciones, tus chamuyos solidarios, hasta ese libro ridículo que sacaste para hacer unos mangos, todo eso es un inmenso lugar común. No me generas ninguna simpatía, querido Palermo, hasta me animo a decir que me pareces una mala persona. Un mercenario. Un cagador. Un mal bicho. Pero ayer me hiciste llorar, me devolviste las lágrimas que buscaba hace tiempo, y eso te lo agradezco.

Hace más de un año que te retiraste del fútbol. Fue en un partido contra Banfield, creo que empatamos. Yo estaba en la cancha, una noche rarísima para mí. Porque por más que anduviste un tiempo por Europa, yo crecí con vos, siempre estuviste ahí, fiel, con la nueve, con esos pasos toscos, en slow motion, con esos intentos de correr, de picar en seco, de ser un jugador normal, aunque nunca lo hayas sido.

Nadie me dio tantas alegrías como vos, Martín. El día que le hiciste el gol de cabeza a Velez desde más de cuarenta metros yo también estaba en la cancha. Ese día experimenté por primera vez en mi vida la sensación de euforia. Vos no te debes acordar porque estabas en la tuya, en cuero, pelando tubos y tatuajes y gritando como el hincha que no sos, y no te debes haber percatado de lo que estaba pasando alrededor, pero te prometo que lo que se generó esa noche era euforia pura, cuarenta mil almas gritando al mismo tiempo, pero no gritando gol, gritando “AAAHH”, un estado de confusión total, un desorden generalizado mucho peor que cualquier avalancha, gente mirando al cielo como si no entendiera, yo mismo no entendía nada, che, era como tocar o acariciar u oler o palpar la muerte, no sé, tal vez me esté yendo al carajo.

Y anoche me hiciste llorar, Martín. Unos amigos me encajaron un video de You Tube con toda tu carrera, desde el día que debutaste, allá por los noventa, hasta la noche en que te retiraste. Te decía, yo estuve esa noche, aunque me fui antes. Sentía que no te merecías mi homenaje, un boludo yo. Pasa que le venías tirando mierda a Riquelme,  venías transando con los barras, con el ladrón de Falcioni, con el turro de Angelici, y además yo nunca te quise, Martín, ya te dije, me pareces un mal tipo, me doy cuenta en tu jeta, se nota apenas abrís la boca…así que me las tomé. Ya en el auto puse la radio y escuché tus últimas palabras. Y me sorprendiste, creo que ahí empecé a darme cuenta de lo que termino de entender ahora. Dijiste, con la Bombonera al taco, que aunque vos siempre vas a ser hincha de Estudiantes no nos ibas a olvidar nunca. Sos un jodido, loco.

Y te repito, nadie me dio tantas alegrías como vos. El gol al Real Madrid, el gol cien a Colón, el gol al Mono Burgos en el Monumental, el gol a Racing en tu vuelta de España, el día que te pusiste en bolas festejando un gol, los tres penales, la chilena a Banfield, los golazos al Atlas, qué sé yo, me puedo pasar la vida…¡el bendito gol a Perú! Me haces llorar, Palermo, solo vos podés. Explicame porqué, si nunca te quise, me haces acordar a épocas tan doradas de mi vida…a mi viejo llevándome al colegio, a un viaje en el 60 con mi hermano…a la mejor versión de mí, tan alejada de lo que soy ahora.

Termino con esto, y no te jodo más. En el 2007 la marca Puma sacó una promoción que estaba buena. Había que buscar por toda la ciudad unos tazos con tu cara. Con solo encontrar uno te ganabas unos botines con tu firma. Con dos amigos salimos una tarde a buscar los tazos. Anduvimos por el zoológico, por el Rosedal, por el Jardín Botánico, por varias plazas de la zona, pero nada. Terminamos en las afueras de un shopping, nos habíamos jurado que ese sería el último destino. No encontramos ni un mísero tazo, pero antes de subirnos a las bicis, ya rendidos, yo vi algo raro en una pared. Me acerqué y alcancé a ver un pedazo de cartón amarillo pegado a la pared blanca con cinta scotch. Tenía tu cara. Habíamos ganado, Martín, podés creer. Unas semanas después fui a la entrega de los botines. Los repartías vos en persona. Cuando me saludaste me temblaban las piernas como un bambi recién nacido. Después me diste los botines. Yo le pedí a un flaco que nos sacara una foto. El tarado la sacó mal, no salieron nuestras caras sino los cuerpos, solo se veían nuestras remeras. Pensé: mi foto con Palermo tiene que ser así, errática, como vos, Martín, como yo.