jueves, 23 de agosto de 2012

Y estaba todo bien...



Estos parrafitos van dedicados al Polaco. Él me hizo acordar de esta escena. Él me trajo su historia. Lo que voy a contar tal vez sea un poco pretensioso. Digamos que es una parodia, una anécdota de sobremesa con moraleja. Hace poco aprendí que moraleja es una mala palabra. Mi profesor Miyagi me enseñó que nada de lo que escriba puede tener moraleja.

Pero ocurrió más o menos así. Hace unas semanas estuve en un campo en Marcos Paz, con el Polaco y con Chicho. Los tres, por distintas razones, estábamos para atrás, así que eso nos hizo bien, apagamos la tele mental y durante varios días nos dedicamos a hacer nada, como las vacas al costado del camino.

Una tarde salimos con el Polaco a andar a caballo. Los caballos de ese campo no los usaba nadie, así que no estaban muy acostumbrados a eso de llevar humanos encima. Dimos varias vueltas, llegamos a galopar bastante. Mi caballo era flaquísimo y tenía un andar lindo, parecía un galgo gigante.

Ya cuando estábamos pegando la vuelta me di cuenta de que el animal estaba nervioso… era como si no le gustara la realidad que le tocaba vivir. Cuando agarramos el camino que nos llevaba a la casa se disparó. El camino de vuelta era una recta de casi dos kilómetros de tierra… el galgo la hizo en tiempo record. Yo iba sin estribos y sin montura, a los saltos sobre un rectángulo de peluche que apenas servía de colchón para mis huevos. El caballo no pensaba responderme, estaba cebado, estaba mandando el mundo al carajo. Una vez un amigo me contó de una persona que se enteró por teléfono que sus dos padres se habían muerto en un accidente de auto, y entonces salió a la calle y empezó a correr a toda velocidad, creo que vivía en Retiro y llegó hasta la cancha de River corriendo sin frenar ni un segundo. A este caballo le pasaba lo mismo, quería olvidarse de todo y entonces galopaba y galopaba y galopaba. Yo sabía que después de esa recta larguísima venía una curva que terminaba en la casa, es decir, sabía que iba a morir, y no me importaba porque ahora, él y yo, habíamos logrado una conexión, éramos uno solo yendo a la velocidad de la luz. Pero vino la curva, el caballo aceleró y dobló, y yo seguí derecho, montando un animal invisible.

Reboté en el camino con la cara, fue una caída increíble. Me asusté bastante, pero estaba vivo…solo un golpe fuerte. Al caballo no lo vi más, nos despedimos para siempre. Yo me quedé al costado del camino esperando al Polaco, que tardó varios minutos en alcanzarme. Estaba medio tarado, se me había reseteado la máquina. Cuando el Polaco llegó no lo podía creer. Se reía. Yo tenía la cara hinchadísima y unos puntazos en la cadera. Y me había quebrado el dedo gordo del pie. Llegué como pude a la casa y armé un show tremendo: me acosté en un sillón y pedí hielos, una palangana con agua y un vaso de coca. Me quebré el dedo, decía, tenemos que volver. Mis amigos seguían riéndose y yo no me podía parar del dolor. Más tarde decidí meterme en la bañadera. Siempre que tengo un problema, de cualquier tipo, lo solucionó metiéndome en una bañadera con agua hirviendo. Al salir ya no sentía nada de dolor en la cara. También empecé a pensar que tal vez el dedo no estuviese quebrado…me dolía mucho menos. Me acosté en una cama y me levanté quince horas después, al día siguiente. Ya podía caminar de forma normal.

Durante varios días anduve por la vida con unos arañazos en la cara. Tuve que repetir el cuento hasta el infinito, así que espero que esta sea la última vez que lo hago, y quedo liberado para siempre. A las minas les decía que me había peleado con un tipo en Marcos Paz, y que él había quedado peor que yo. Después de unas semanas las marcas desaparecieron, como también una mancha violeta que tenía tatuada en la cadera. Lo único que me hacía acordarme a cada rato del caballo más rápido del mundo era que no me podía sonar el dedo gordo del pie derecho, el supuesto dedo quebrado. Yo suelo sonarme los huesos a cada rato, es algo que me ayuda a descargar tensiones. Pero ese dedo era imposible, apenas lo forzaba me subía un pinchazo que atacaba directo al cerebro..

Ahora, antes de sentarme a escribir esto, estaba tirado en un sillón, viendo Breaking Bad, una serie que siempre le recomiendo a todo el mundo. De golpe escuche un crack que resonó en todo el cuarto. El ruido venía del pie derecho...me había curado.

Como dije, al caballo no lo vi nunca más. Tampoco creo que vuelva a Marcos Paz, al menos por un tiempo.