A las 3:50 de la mañana viajábamos en un taxi con el Bebé. Yo intentaba
memorizarme el documento de mi hermano y el Bebé no sé que hacía. Mi documento
se lo había prestado al Bebé, que había salido sin billetera, y yo tenía que usar
el de reserva, una cédula vencida de mi hermano. Creo que me parezco bastante. El es más morocho, pero compartimos la misma mirada. Saco y corbata, además...impecable.
Antes de llegar al boliche, que quedaba en la Costanera, me acordé de que a
veces los patovicas te preguntan el signo zódiaco para ver si el de la foto sos vos.
-Maestro- le
dije al taxista- ¿Sabe de qué signo soy si nací el 26 de febrero?
-Piscis,
flaquito…el cumpleaños de mi suegra, mirá si me voy a olvidar.
Entramos. Aburrido como estaba, me
encapuché y me senté en una barra a tomar los fondos tibios de las latas de
cerveza que la gente dejaba. A lo lejos, un patovica empezó a molestarme con un
laser verde, me quería perforar el ojo, parecía Buzz Light Year cuando cree que
tiene poderes intergalácticos. Por otro lado, era imposible que yo estuviese rompiendo alguna regla del boliche. Empezamos a jugar a las señas. Montoncito:
qué querés, maestro. Mano en la cabeza: sacate la capucha, punga. Mano en alto:
disculpa, no me di cuenta. Así que no se puede usar capucha en un boliche, eso
aprendí ¿porqué? Ni idea.
Nos fuimos
con el Bebé y con la novia, otro taxi. Teníamos hambre, así que fuimos a casa a
probar suerte, en una de esas había milanesas. No me acuerdo de qué hablamos
mientras comíamos. El cielo pasó de negro a azul y de azul a gris y de gris a
gris claro, los aparatos de la cocina comenzaron a tomar forma y color, la
forma y el color de la tristeza, porque a esa hora, las 6:30 de la
mañana, casi todo es triste, hasta las milanesas. Sonó el teléfono.
Al Polaco le
acababan de reventar la cara a piñas, again. Estaba viniendo en un taxi y había
que bajar a pagárselo. No sé porqué pero bajamos los tres a recibirlo, era como si estuviésemos
esperando la llegada de un embajador. De un Peugeot bajó el Polaco, con su
habitual remera negra y un ojo fuera de
servicio. Mientras le dábamos los setenta pesos al tachero el Polaco nos
puteaba, nos mandaba a la mierda. Después se largó a llorar...ochenta kilos
inflados de anábolicos y testosterona llorando sin parar. Miré el reloj. Las 6:45.
El Bebé y la
novia desaparecieron, se los tragó la ciudad. Lo subí al Polaco a casa, le di
de comer y de beber, le di una cama y una frazada. Después me encerré en mi
cuarto. A la noche soñé que tenía sed y que abría la heladera buscando agua.
Cuando abría me daba cuenta de que todas las botellas tenían carne cruda
adentro, flotando. Me desperté, tenía sed. Abrí la heladera, tomé agua sin
parar. A las 3:15 entré al cuarto de servicio a robarle un cigarrillo del bolsillo del jean al
Polaco.
-¿Qué haces
acá?- me dijo.
-Es mi casa
No dijo nada
más, se dio vuelta y siguió durmiendo. Me quedé mirando el tatuaje que tiene en
la espalda. Es un círculo con un par de firuletes adentro. Se lo hizo hace mucho sin saber
qué significa, simplemente le gustó la forma. Un crack.
Me fumé el
cigarrillo acostado en el piso, a oscuras, tirando las cenizas en una canasta vieja que
tenía un cable adentro. En mi casa te encontrás con esas cosas. A las 3:55 lo
sacudí para despertarlo, en quince minutos empezaba Boca-Unión. Había que buscar al Bebé
por su casa e ir a Paraguay y Maipú a ver el partido. Fuimos hasta lo del Bebé
y lo esperamos un rato largo abajo. Yo seguía encapuchado, el Polaco también.
Nos pusimos a fumar callados, uno a cada lado de la enorme puerta principal. Parecíamos
los granaderos de la miseria...los leones cansados del Museo de La Plata.