domingo, 15 de julio de 2012

Maradona Not Dead



Nací en 1991. Cuando Maradona hacía gatear a Fillol en el arco de la 12, cuando estiraba el brazo para vengar a los ingleses, cuando puteaba a los tanos por chiflar el himno argentino, cuando todo eso pasaba yo no existía. Mi único recuerdo de Maradona como jugador es un gol que le hace a Belgrano en la Bombonera, año ’96. Un gol hermoso, picándosela al arquero con el defensor cerrando y casi sin ángulo. Esa tarde mi viejo no me quiso llevar a la cancha y lo vi por tele, sólo. Me acuerdo como si fuera ayer cuando volvió, cuando él y mi hermano abrieron la puerta de casa, y yo estaba en el living tratando de imitar el gol con un par de medias envuelto. Yo era el Diego pero luego me desdoblaba y hacía de arquero; al mismo tiempo relataba y hacía de hinchada, es decir, yo era el partido entero.


Crecí con ese Maradona, el del mechón amarillo y la gorrita de Lo Jack, el que invitaba a pelear a Toresani diciendo al aire la dirección de su casa. También crecí con mi viejo, que me decía que teñirse un mechón y usar arito era de homosexual. Yo tenía seis años y todo lo que decía mi viejo era palabra santa. Recuerdo que cuando aparecía Ramón Diaz en la tele con su habitual boca abierta mi viejo decía que algún día le iba a entrar un helicóptero por la boca, y yo realmente creía que eso pasaría, un helicóptero estrellándose contra la trompa de Ramón. Así que Maradona era, para mi viejo y por ende para mí, un homosexual y “un gordo tramposo”.

Pasaron los años, como diez o quince. En el medio, el Diego engordó cuarenta kilos, estuvo cerca de no contarla varias veces, lloró con Susana Gimenez en una granja, entró a Gran Hermano encapuchado, adelgazó cuarenta kilos, dejó la falopa, condujo un programa de tele, volvió a tomar falopa, volvió a dejarla, lo juró por Dalma y Yanina, y así, hasta que un día, hace no mucho tiempo, a alguien se le ocurrió darle la campera de la Selección, ese camperón negro que solo se sacó para los partidos del Mundial 2010, donde aparecía trajeado.  

Empecé a escribir esto porque hace un rato leí en un diario que al Diego le ofrecerían ser técnico de Boca a fin de año, cuando se vaya el actual DT. Yo me alegré, me alegré mucho, y quiero explicar porqué.


Durante el Mundial de Sudáfrica, haciendo zapping con mi hermano, nos topamos con un compilado de Tyc, el mismo que aparece acá arriba. Yo creo que cuando llegue el día en el que tenga que explicarle a mi hijo qué es el fútbol, sobre todo nuestro fútbol, el fútbol criollo, le voy a mostrar este video. Nada de reglas, nada de pizarrones ni circulitos o flechas: solo el Diego, cabulero, persignándose ocho veces contadas, jugando su propio partido desde afuera, gritándole puto al contrario, primero en castellano y luego en italiano, por si no entendió. Le mostraría luego el festejo en el Monumental, ese panzazo bajo la lluvia, o la conferencia de prensa en Uruguay, vos, “Basman”, la tenés adentro, o la otra conferencia, en Sudáfrica, pidiendo que no nos comamos el chamuyo de los alemanes, y seguidito le pondría la cara del Diego después del tercer gol de Alemania, escondiéndose detrás de su yerno para no mirar, sufriendo, porque esa es la imagen de un hombre que sufre, y todo lo anterior es la cruda imagen de este deporte: así debe ser el fútbol, incorrecto, tramposo, mentiroso ¿por qué no? pero por sobre todas las cosas emocional, y Maradona es emoción pura, no hay nada más que emociones debajo de ese camperón negro. Para ser políticamente correctos y honestos está la vida diaria, el fútbol es un juego, y el Diego sabe jugarlo.

Si la vuelta de Maradona como técnico significa todo eso, estamos salvados, el fútbol argentino no morirá. Si con el Diego vuelve el fútbol noventoso, bocón, si de esta manera vuelven las mesas de Tribuna Caliente, con el Diego inventando frases a la carrera, bienvenido sea.

Una vez, en uno de esos programas de Niembro, Maradona interrumpió una pelea entre el Bambino y Sanfilippo para decir que lástima no se le tiene a nadie, pelealo, tenele bronca, pero lástima no se le tiene a nadie. Esa frase no tiene sentido, no hay forma de justificarla y de hecho el Diego no lo hizo, sobre todo porque ya era demasiado tarde: ni bien terminó de hablar, la tribuna improvisada que miraba el programa estalló en aplausos.