domingo, 1 de julio de 2012

La Risa de José 2 - 1 La Oxidada



Hazaña risera, capítulo vigésimonoveno. Así es, la Risa volvió a pisar fuerte otra vez, demostrando que en las buenas y en las malas mucho más, como el tatuaje del Cavegol, tatuaje que bien puede adaptarse al presente de Newell’s o a cualquiera de sus futuros equipos. De todas maneras, la tarde del sábado el verdadero Cave fue otro. Cave, Caveza, Juanchi, el héroe de un partido letal para la permanencia en el Torneo Uvita 2012, pero no nos adelantemos.

Hay cosas que ya no hace falta decir: que La Risa es grande, que este equipo no puede descender, que Martinez ya no tiene ganas de jugar, etcetéra. La fecha pasada, nos juntamos en ronda y nos prometimos entre todos ganar los tres partidos que quedaban para zafar. Ya vamos dos. La muestra límpida de que cuando nos proponemos algo lo logramos, en otras palabras, que bajo presión las cosas salen de otra manera.

El relato ya no sale tan fácil como antes, sepan disculpar. Hace unos años me sentaba los sábados a la noche y vomitaba todo, tiraba veinte chistes y alguno que otro entraba, en fin. Ahora, hoy mismo, todo lo que siento por este equipo me bloquea para escribir lo que está pasando. Me pongo goma, quiero escribir serio y hablo de garra, de corazón, de historia, todas esas palabras que no tienen sentido salvo para Retamar. Fito Paez, sin ir más lejos (?), escribía bien cuando era un fisura y su vida era un desastre. Con el tiempo hizo mucha plata y eso lo hizo feliz, y empezó a sacar unos temas que eran una mierda y que solo le gustaban a él. Yo estoy como Fito, hoy estoy feliz y no hay nadie más gil que una persona feliz. Tal vez en otro momento pudiera explicar lo que siento mientras voy corriendo para abrazar a Felipe, que se la acaba de picar al arquero para abrir un partido dificilísimo, pero no puedo. No puedo, tengo una anestesia que me mata.

Decía, Pipe puso el uno a cero ni bien empezó el partido. Jugábamos contra un piberío del colegio que trataban bien la bola. El diez de ellos, cuando te ganaba el mano a mano, te tiraba un “buena muerto” al pasar, así, de costado, te lo escupía. Los pibes vienen cada día más descachados: antes, a los más grandes se los respetaba.  Así que lo mandamos a Chicho, ese que  afila los tapones contra la pared como Ruggeri, a que lo raspara. Y el diez no se la banco, e incluso en el segundo tiempo terminó pidiendo el cambio y se sentó a un costado de la cancha con las piernas cruzadas como si le estuvieran por contar un cuento.

Pero decía, Pipe se la empaló al arquero y a esta altura ya le estoy dando una manija bárbara. Al rato, ooootra vez de pelota parada nos empataron el partido y parecía que se venía lo peor porque había varios de nosotros más ahogados que Tusam el otro día cuando se lo llevaron en ambulancia. Así nos fuimos al entretiempo, no sin antes presenciar la entrada triunfal de Cris Petech para los rivales. Cris Petech, un amigo de la casa, un tipo que habla lo indispensable, un Tito Esperanza del bien, una masa inerte de anábolicos que de a poco se va quedando atrás en esto del fútbol como un tipo que corre al 92 y no llega. Un genio Petech, un niño atrapado en el cuerpo de un grande atrapado a su vez en un ropero amarillo, y no sé porque le estoy dando tanto lugar al Cris, esto se me va de las manos.

“Cuando arrancó el segundo tiempo parecíamos el Barsa” me dijo Iván manejando a la vuelta. Sí, el de Guayaquil, le dije yo desde mi asiento apelando al chiste obvio. Lo cierto es que tuvimos unos primeros minutos que fueron una torrrmenta de facha, con toques en la mitad de la cancha que casi siempre terminaban en el área de ellos. Incluso yo ¡yo! llegué en un momento con aire y fuerza a la línea de cal y mandé un centro letal que obviamente nadie cabeceó. La Risa comenzó a acorralar al rival con un dominio virtual, tan psicológico como mentiroso, hasta convertirlo en esa mujer fajada que una vez más perdona al marido y lo deja volver a la casa. Todo esto no podía terminar de otra manera que con el Cave Juanchi poniéndole el moño a una jugada en equipo muy bonita. Luego, solo quedó tiempo para festejos infinitos y  palabras exageradas de aliento y guerra que el viento no tardaría en llevarse, así como suele llevarse el humo bonadiano por las noches. Y la estoy alargando demasiado, así que la dejo acá y les mando un abrazo peronista a todo el equipo, a la espera de un nuevo sábado.