martes, 3 de julio de 2012

Acerca de las galletitas



A través de este ensayo me propondré, como lo hice hace algunos años con los alfajores, elaborar una crítica seria y objetiva sobre el mundo de las galletitas, no sin antes meter algunas aclaraciones.


No es nada fácil para mí realizar esta tarea, ya que no soy un fanático de las galletitas, como si lo soy, o lo era en algun momento de mi vida, de los alfajores. Es que no creo que exista ningún hincha verdadero de las galletitas. Las galletitas son jodidas: dan sed, dejan muchas migas, no se sabe muy bien con qué acompañarlas, y con esto me estoy refiriendo siempre a las galletitas dulces. 


Pero me equivoco, una buena compañía para las galletitas es el mate, esa mezcla espantosa de agua y pasto que tomo todas las mañanas, sin preguntarme demasiado porqué, pero lo hago. Creo que el mate y todas sus tradiciones pelotudas y todos los estudiantes de agronomía con sus boinas tejidas a mano merecen un post aparte, entonces sigamos. Para empujar con el mate, las pepas son las galletas ideales (de ahora en más serán galletas, galletita es una palabra también jodida). La pepa es una galleta muy noble que lamentablemente viene en caída libre, aunque a decir verdad, casi todas las galletas han entrado en una crisis furibunda en cuanto a su calidad, y es una lástima. La pepa, originariamente, consistía en un considerable charco de dulce con bordes de masa semiblanda. Se comía en dos bocados y era casi perfecta, sobre todo las de una marca que ahora no recuerdo bien (sospecho que Recetas de la Abuela). Con el tiempo, el charco se fue secando hasta convertirse en lo que vemos hoy en día en una pepa, ese pezón de membrillo que no sirve para nada. Por esta razón, la pepa es, en los tiempos que corren, un masacote de harina y azúcar que recién al décimo mate se logra bajar del todo.


Ya dejando atrás el mate, no quiero olvidarme de los agridulces Don Satur. Impecables, la cantidad justa de azúcar sobre la superficie y una base mantecosa que acaricia la lengua sin secarla. Los 9 de Oro también se aprueban, pero hasta ahí nomás. El resto de los "bizcochos" pueden considerarse toallas, como dice mi amigo Lanús.

Quisiera hablar ahora de una galleta demasiado inflada por la gilada: las Melba. Estoy en contra de las Melba y de los vivos que buscan desesperadamente las Melba en los gigantescos paquetes de Surtidas, de los que ni hace falta aclarar que también estoy en contra. Es íncreible que aún perduren en las góndolas de los supermercados esos paquetes de Surtidas, o de Variedad Bagley, cuando se sabe que esos paquetes solo fueron una conspiración de nuestras madres, una joda de mal gusto para hacernos sufrir durante nuestra infancia. Melba, anillitos, bocas de dama, mini lincoln, etc., pueden matarse todas juntas.

¿Dije Lincoln? Bueno, sé que las Lincoln tienen muchos adeptos, pero vengo a hacerlas mierda. Las Lincoln, demasiado duras y con una textura desagradable, rugosa, pinchosa, no, dame otra cosa. Pasemos a las Óreo, las galletas imperialistas. A mi entender, con las Óreo ocurre algo parecido que con las Chocolinas: no funcionan por sí solas, son como Messi sin Xavi e Iniesta. Cuando a una Chocolina no se la unta con mucho dulce de leche encima (mucho es Mucho) pasa a ser un pedazo de cartón marrón, mientras que si a la Óreo no se la sumerge siete segundos exactos en leche, como torturándola para que hable de una vez, tampoco es muy rica. Esto último puede ser discutido, pero a mí las Óreo me gustan con leche o no me gustan, soy un niño eterno. Las Óreo Bañadas, sublimes, abominables, o han dejado de circular o yo estoy poco atento cuando voy por la calle.


Pequeño capítulo para las galletas infantiles, también consumidas por boludos como yo. Las Formis, con ese nombre algo homosexual, son muy buenas. Cómo están hechas para chicos, las hacen con mucha leche, y quedan suaves y no tan secas. Lo mismo ocurre con las Manon, otra galletita gay. No sé si siguen con vida, las Manon, tal vez estén condenadas a esconderse detras de la cobertura de chocolate de la Tita hasta el fin de los tiempos, como un marica que jamás sale del closet.



Es el turno de las Pepitos, y no me quiero calentar, pero la verdad es que no entiendo como alguien puede ir tan tranquilo al chino o al kiosco y comprar un paquete de Pepitos. ¡Estás comprando Pepitos! ¿Es joda? ¡Estás pagando arena comprimida con pedacitos duros de tierra! En fin, hablando en serio, las Pepitos son y serán una mierda, aunque yo también he caído en la trampa de las Pepitos y me he desilusionado una y otra vez. Ya no. Me dicen por acá que ahora salió una versión mejorada de las Pepitos, las Toddy. Las probé, son muy buenas aunque no perfectas. Se parecen a las cookies de Pepperidge Farm que hacen los yankis. Las Pepperidge son el Diego del mundo galleta, pero un paquete te puede valer doscientos dolares.


Las Merengadas son únicas, no por ricas sino por su esencia. Son unas galletas futuristas, casi surrealistas. Yo las compraba porque en los avisos que pasaban por la tele había unos pibitos que las estiraban como si fueran de goma, y el relleno no se rompía. Parecían letales, pero cuando las probabas eran horribles, y además no se estiraban un carajo. Merengada Merengada, todavía me acuerdo el jingle. Ahora que lo pienso, eran galletitas para mina o para blanditos, como su relleno.

Y llega el turno de las Tentaciones, las preferidas, las galletitas del Bien. Las Tentaciones, como Perón, como Soriano, como muchas de las cosas buenas que tuvo este país, tuvieron que exiliarse. Fue alrededor del 2003, creo, no la quiero pifiar, lo que importa es que un buen día desaparecieron. Pero algo como las Tentaciones no podía morir de un día para el otro, así que hace un par de años volvieron con el mismo gusto y dentro de un paquete negro, en clara forma de protesta por lo desagradecido que es el pueblo argentino, y yo fui feliz. Me cuesta describirlas de la misma manera que me cuesta describir a mi vieja o a la mujer que amo, pero las Tentaciones son todo lo que una galletita debe tener. Se comen rodeando la mousse de a poco, dejandola indefensa para el final, para lo último, ese último bocado que es la vida y la gloria y qué se yo cuantas cosas más. Siete pesos, en cualquier chino, vayan y sean felices.


Dejo acá este humilde ensayo, sabiendo que me estoy olvidando de un montón. Me acuerdo ahora de las Rumba, con ese nombre tan bonito y ese relleno con crema que estaba letal y su envoltorio amarillo tan particular. O las Ópera, galletitas malas si las hay, o las Sonrisas, que corrieron la misma suerte que las pepas, en fin, así podría estar toda la vida.