Dos de la mañana. Cruzando Esmeralda vienen caminando el dueño chino, la cajera china y el repositor chino del chino de la esquina. Nos saludamos. Todo muy raro. Sigo viaje, llegando a Maipú un trava me chifla, y como no me doy vuelta me grita manicero. Hace más de una semana que ando en jogging y apenas salgo de mi casa para comprar latas de tomates o cigarrillos, creo que me merezco que me digan manicero. Por otro lado, compro tantos tomates que el otro día se me ocurrió convertirme en el Warhol tercermundista. Pero no lo voy a hacer, sería una estupidez, casi tanto como andar en jogging hace más de una semana. Sucios, llenos de polvo, de mocos, de salsa de tomate.
Cuando era chico me causaba muchísima gracia que el chofer del bondi que me llevaba al colegio manejara con un trapo sucio sobre las piernas para atajar las cenizas. El tipo ni se molestaba en agarrar el cigarrillo y tirar las cenizas por la ventana. Y era igual a Edadepiedrix, eso lo sabíamos todos, pero como era muy difícil de pronunciar le decían Pajarito.
A la tarde salí al balcón y me encontré a mi vecino en la vereda. Juancito viejo, le grité. Cómo viene el bulo, me contestó. Estaba con el hijo. Hice fuerza para acordarme el nombre ¡Nuno! Nuno es un niño muy raro que llora por cualquier cosa y que las primeras dos palabras que aprendió en su vida fueron Nuno-quilombo.
Sigo en jogging, ya debo estar llegando a la segunda semana. Ahora son las cuatro y media de la mañana y tengo insomnio. No está mal esta vida levrerista de tomate y ajo y camas sin sábanas, pero sospecho que lentamente me estoy transformando en Edadepiedrix.