¡Ja! Decía, resulta que vengo de estar con un amigo, que nos reunió para presentarnos a su chica. ¡Una mujer exquisita! Una mina con cosas fuleras adentro, pura vida y sangre corriendo por ahí. Y mientras pienso en esa mujer se me viene a la cabeza una canción de Cerati; tarareo la melodía miro a mi derecha y el cielo comienza a clarear, y ahora recuerdo, ahora recuerdo, dado que mi cabeza se ha transformado en la Maquina de Pensar en Gladys, que ayer caminaba por los Bosques con Lucía y de golpe me frené a mirar el cielo y entonces alcancé a decir Lucía qué azul pulenta, aunque Lucía no prestó atención. Más tarde, en casa, le contaría la historia de Té para Tres.
En fin, vuelvo a mirar a mi derecha y ya terminó de amanecer. Mañana (hoy) es sábado y dormiré todo el día. El fin de semana será un vuelto en monedas.
Horas atrás nos atrincheramos en un comedor ajeno a hablar boludeces. Allí, entre otros, estaba mi amigo con su chica, ambos relucientes y brillantes como un par de zapatos nuevos. Luego nos fuimos, recorrimos varias calles en auto a toda velocidad y no había nada de qué hablar. Las cuatro, las cinco de la mañana, dejábamos edificios atrás sin ningún interés. Bah. Alguien habló de panchos o hamburguesas, alguien prendió un cigarrillo. De repente, hubo tanto recordar que me olvidé de todo, no reconocí el auto, no reconocí la gran ciudad, no reconocí mis dedos pintados hasta que reconocí mi puerta, de cara al sur, del cur al sara, y sólo quedó bajarme y meterme en la boca del feroz lobo… no hay nada mejor, no hay nada mejor que casa.