sábado, 14 de mayo de 2011

Praia Blanca

Despertarse y darse cuenta de que soñaste con García toda la noche no es la mejor manera de empezar el día. Sin duda. Más si te levanta tu vieja como si se estuviera incendiando el edificio y te pone a Miatello en el teléfono. Qué querés, Miatello, son las once de la mañana ¡las once de la mañana! me quedé dormido.

Era de noche y García y yo debíamos pedalear no sé cuántos kilometros, pero me acuerdo que eran muchos, como si estuvieramos en Mercedes y tuviéramos que llegar a mi casa. Obviamente mi rueda no tardó en pincharse, y luego apareció Guillermo Hernandez y ahí se fue todo al demonio. Lindo sábado.

Lindo sábado. Canchas recién sembradas, sol amigable, referí amigable. Lo que más disfruto de Pilar son las previas. El vestuario, el agua cura resaca, el trotecito, la bocha que viene mansita, la bocha que vuelve mansita. El partido es lo de menos. El problema es que veníamos punteros y jugábamos contra el segundo, así que por suerte no todos se lo tomaron tan tranca como yo.

Bongo Bongo. Cada vez que escucho ese nombre me acuerdo de Cullen. ¿Alguien se acuerda de Cullen? Cullen era un homo sapiens, tenía el cuerpo entero cubierto de un pelo rojizo y no creo que jamás haya ido al supermercado. Cullen cazaba ratas y se las comía, esa era la leyenda. También daba clases de geografía en séptimo grado.

Los muchachos de Bongo Bongo llegaron a Pilar alrededor de las nueve, prendieron las luces del buffet y se fueron a entrenar. Había que bajar al puntero. Alrededor de las nueve, Prado se paraba en una mesa sobre un pie y le pedía al Bebé que lo mire, pero el Bebé tardó bastante en mirar y cuando giró Prado estaba en el piso y la mesa también. Bongo Bongo tenía todas las de ganar.

Y lo demostró en la cancha. Un equipo ordenado, sólido, una verdadera marea roja. La contracara de los punteros, que lo único que hacían era hablar y putear a los gritos, como si las palabras fueran a tirarse a los pies del diez y sacarle la pelota limpita. Vino el gol, producto de una cagadaza de Miguens, del peor Miguens de los últimos tiempos, pero de eso hablaremos más adelante. Cero uno, pero ¡oh Galgo, barrilete cósmico! Bombazo de afuera del área y empate, nos ibamos al entretiempo con el orto lleno de preguntas pero al menos terminábamos igualados.

El segundo tiempo parecía un trámite. Los Bongo Bongo boys la habían dejado de caretear y ahora eran los muertos de siempre. El cuatro pelado engordó quince kilos de un saque y volvió a patear con los tobillos. Solo era cuestión de una Corrida del Galgo por la izquierda y listo el pollo. Pero nada de eso, nada de eso, porque nuestra defensa estaba tan regalada como la Pradón sin tanga y medio colocada por la milonga, entonces llegó la hora de Weidenfeller y sus Dos Mano a Mano. ¡Salud, Weidenfeller! Así que, como en el ajedrez, ahora era nuestro turno. El Galgo se mandó un jugadón y lo asistió a Crotto, y Crotto sin ponerse nervioso la empujó al arco. Gol la concha de tu hermana, los muchachos hacían fila para besar los rizos rubios de Crotto, sí, los mismos que lo puteaban, que lo trataban de farsante, de gordo gil, los mismos que estaban por bajarle el pulgar para siempre, ahora se amontonaban a su alrededor como si Crotto tuviera una bolsa de chupetines. Vieja, poné los panqueques.

La bolsa no era de chupetines sino de goles. Crotto mojó por dos y tuvo otra pero se la cedió al Bebé. No hace falta contar como terminó la jugada.

Tres a uno, la alegría no es solo brasilera. Ahora se viene Pinturas y tenemos toda una semana para calentar el partido. Maldonado cagón.