
Ni bien llegamos a lo de José ya había varias hormigas borrachas que querían salir para el potrero. Qué será el potrero, pensé con voz de ama de casa. Para mi sorpresa, el potrero era realmente un potrero, mal iluminado, repleto de cartones de vino y parejas por el piso, parejas entre los autos mal estacionados haciendo el amor incómodos, amándose por debajo de las camperas que eran muchas porque el frío arremetía con furiosas trompadas. Pero todavía seguíamos en lo de José y yo preguntaba qué era el potrero mientras el ron me encendía la lengua. Cada vez éramos menos los que aguantábamos la parada y sin embargo había que resistir, plantar bandera y defenderla de las banderas ajenas. No era un sábado cualquiera. Eso pensé mientras meaba en el cerco y una voz interior me habló. Yo venía de ver una película en donde a Samuel Jackson se le aparecían voces a cada rato, así que ya estaba canchero con ese tema. Samuel Jackson repetía que no debía tener miedo, que no se estaba volviendo loco, y yo lo imité. Te veo ahí, Cami, guardate un fernet para los pibes, dijo la voz, dijo el boludo que estaba meando del otro lado del cerco. Malditos barrios cerrados.
De regreso a la mesa Silveyra ya no estaba, soldado que huye sirve para otra guerra. Quedamos tres. Alguien habló de Los Tres Mosqueteros y yo me acordé del chiste aquel de primer acto un tero se baja a una mosca, segundo acto la mosca queda embarazada, tercer acto la médica les dice que son trillizos, cómo se llama la obra. No sé porqué siempre se me dio por pensar que la médica que les daba la noticia era una salamandra.
Al final resultó que no éramos tres, porque de una negrura que nunca antes en mi vida había visto apareció José y alguien gritó ¡Bonjour D'Artagnan!
Luego empezó la rutina de todos los sábados: imitar a Ricky Fort. D'Artagnan jamás había asistido al espectáculo, y rió y aplaudió como lo hacen las señoras que van a ver a Fort a los teatros de Mar Del Plata. Hay que reconocerlo, D'Artagnan fue un público de lujo. Terminado el número apuramos los últimos fondos de ron y decidimos arrancar para el potrero. La guerra había terminado ¿cuál guerra?
El auto de José, que olía igual al auto de mi viejo, nos llevó hasta el potrero. Trepamos un paredón y ahí estábamos, el baile el tinto la tierra. Tuve miedo, es algo que me suele pasar cuando, rara vez, tomo ron, así que me puse a la par de Chicho y comencé a reírme. De golpe, así como D'Artagnan hace apenas unos minutos, así como en una publicidad de shampoo, como me dijo el Bebé varios días despues, aparecieron nuestras antiguas novias de la mano y yo supe, no sé cómo pero lo supe, que ellas también tenían miedo. Sobre todo la de Chicho. También supe que la guerra había terminado y que si en ese momento alguien me alcanzaba un pañuelo blanco o un buzo blanco yo lo hubiese extendido desesperado, casi eufórico.
Chicho abrazó a su antigua y luego a la mía y entonces yo hice lo mismo. El resto de la noche siguió por su cuenta, casi a control remoto.