Un día se fue, era un viaje de tres meses, tal vez más o tal vez menos, pero cuando volvió ya no era el mismo. Yo lo supe antes y lo sé ahora que estamos hace varias semanas sin dirigirnos la palabra. Lo supe el día que me dijo chau viejito, en el entretiempo de un cero a cero. Tuvo que irse antes para llegar al aeropuerto. Yo tenía la panza llena de agua y la cara muy mojada, lo miré (el casi ni me miró, o me miró lo justo) y entendí todo, es decir, entendí que ya no sería el mismo cuando regresase pero también entendí porqué se iba.
Aquel sábado tuvimos partido. En el viaje de ida paramos en una estación y él bajó a comprarse un enorme vaso de café. Una vez en la cancha corrió sin parar y cometió una gran cantidad de foules, incluyendo un claro penal que el referí no vio. En el entretiempo me acerqué y le mentí con que estaba jugando un partidazo, pero él otra vez me miró lo justo e indispensable y no me habló.
En el segundo tiempo nos metieron cuatro goles, uno de taco. A mí me costó concentrarme y a varios creo que también. Iván, por decir alguno. Más tarde me contaron que no se había ido directo al aeropuerto sino que había pasado por lo de una antigua novia a despedirse. A la orilla de una laguna muy sucia le dijo que la extrañaría y que esperaba verla a la vuelta, ésto también me lo contaron, y ahí entendí una tercer cosa: él y yo somos insoportablemente iguales.
Creo que nunca se enteró de que nos comimos cuatro.
Luego vinieron los tres meses, que para él fueron la nieve, las hamburguesas, el Skype, los dólares, contar dólares todo el día, vaya costumbre, y para mí fueron, resumiendo a más no poder, despertarme por la mañana o por la tarde en lugares insólitos. Ejemplo, el asiento trasero del Peugeot de mi abuelo. Otro ejemplo, una playa sin arena, solamente rocas.
Una vez hablamos por Skype, yo podía verlo pero él no podía verme a mí. Lo mismo con el sonido. Yo solo tecleaba, él leía y contestaba hablando a la cámara. Fue muy raro, los dos queríamos terminar la conversación cuanto antes.
---
Yo no sabía la fecha exacta de su vuelta, aunque calculaba que sería a principio de mes. Por esos días, una mañana que caminaba rumbo a la facultad, un sujeto que apareció de la nada misma pegó un gran salto de mono y me cortó el paso con los brazos extendidos. La sonrisa y la mirada también imitaban a un mono. Era él. Llevaba la barba muy desprolija y parecía estar bajo los efectos de varios cafés. Yo no había despertado del todo aún, eran alrededor de las siete, pero igual lo invité a desayunar. Me dijo que no podía, debía tomar el 108 que justo en ese momento doblaba la esquina. No me sorprendió su respuesta, nos despedimos rápidamente y lo vi trepar al colectivo como un mono.
Ese día nos volvimos a ver. Recuerdo que fui a su casa y que todo estaba muy oscuro. También recuerdo que no dejó de hablar en ningún momento, jamás lo había visto tan excitado. Sobre el piso del living se desparramaban varias valijas abiertas llenas de ropa con olor a nuevo que se había traído de allá. Luego llegaron varios amigos y luego se fueron, yo me fui último. Me hubiera quedado mucho tiempo más pero él me echó con la excusa de que quería dormir un rato. Trataba de adaptarme a su presencia en Buenos Aires, mejor dicho a entenderla, pero no pude. Todo había cambiado para la mierda, absolutamente todo.
Aquel sábado tuvimos partido. En el viaje de ida paramos en una estación y él bajó a comprarse un enorme vaso de café. Una vez en la cancha corrió sin parar y cometió una gran cantidad de foules, incluyendo un claro penal que el referí no vio. En el entretiempo me acerqué y le mentí con que estaba jugando un partidazo, pero él otra vez me miró lo justo e indispensable y no me habló.
---
Cagón, cagón, es lo único que salía de mi garganta a punto de quebrarse. No recuerdo bien el punto de la discusión, creo que era sobre la moral, siempre peleábamos por cosas sin sentido y sobre todo cuando estábamos borrachos, aunque esa noche no estoy del todo seguro que haya sido la moral lo que nos tenía tan alterados. Sí recuerdo que en un momento se paró y yo, desde el sillón de mi casa, lo ví más alto que nunca. Yo también me paré y lo insulté, como ya dije, con una voz muy endeble, hasta que él no aguantó más y me encajó un empujón que me hizo caer sobre una botella de tequila, haciéndola estallar en mil pedazos. Me paré como pude e Iván intentó separar, aunque los tres sabíamos muy bien que nada más iba a ocurrir.
Cagón, cagón, es lo único que salía de mi garganta a punto de quebrarse. No recuerdo bien el punto de la discusión, creo que era sobre la moral, siempre peleábamos por cosas sin sentido y sobre todo cuando estábamos borrachos, aunque esa noche no estoy del todo seguro que haya sido la moral lo que nos tenía tan alterados. Sí recuerdo que en un momento se paró y yo, desde el sillón de mi casa, lo ví más alto que nunca. Yo también me paré y lo insulté, como ya dije, con una voz muy endeble, hasta que él no aguantó más y me encajó un empujón que me hizo caer sobre una botella de tequila, haciéndola estallar en mil pedazos. Me paré como pude e Iván intentó separar, aunque los tres sabíamos muy bien que nada más iba a ocurrir.
Más tarde, mientras escurría el trapo cargado de tequila y mugre en un balde naranja que él me sostenía, volví a comprender que éramos insoportablemente iguales.