martes, 8 de febrero de 2011

De cara al sur (parte 2)


Bonadeo intenta retomar la seriedad de la conversación, si es que alguna vez la tuvo, y me pregunta del uno al diez cuánto miedo le tengo a la muerte. Yo le contesto con la frase que tanto hace enojar a mi mamá cuando hablamos de estos temas, de algo hay que morir. Volviendo a la Escala Bonadeo, creo que con un cuatro va a estar bien, tampoco es cosa de ir a parar el 60 con el pecho porque uno está aburrido.

Un día Fitte me dijo sin mirarme que no se pegaba un tiro nada más que por no amargar a su vieja, y hasta el día de hoy que no escuché una frase tan brillante. Pero Fitte no hablaba en serio.

Bonadeo me retruca y avisa que morir morimos todos, y yo siento que en cualquier momento y por detrás de aquel edificio va a aparecer volando Bochini con alas y cuerpo de murciélago.

Hablando del Bocha, tocan la puerta y hola que tal soy Miguens. Le pregunto por la cerveza como un acomodador preguntando por la entrada de cine. Está acá, papá, y se golpea la barriga. Miguens está bastante borracho, nos cuenta que fue a Pancho Hot en busca de la cerveza que le habíamos pedido, que la pagó y que el hombre de la barra se la abrió pero cuando Miguens se disponía a llevársela bajo el brazo el tipo le dijo momento, no por mucho madrugar se amanece más temprano, esa cerveza es para tomar acá, ley diez mil trescientos catorce. Y a Miguens no le quedó otra que mamarse en Pancho Hot, porque nada se desperdicia, nada se pierde y todo se transforma.

Bonadeo lo molesta a Miguens a cada rato, lo pincha, lo pone a prueba. Es evidente que tiene ganas de ser puteado y que Miguens está a punto de darle el gusto. Éste último propone salir al balcón (ahora estamos en el living), a pesar de la lluvia. Lo sigo, a esta altura todo me da lo mismo. Una vez afuera, Miguens apoya ambos brazos sobre la baranda y se queda mirando un largo rato, staring, esa es la palabra, no tiene traducción alguna. Respira hondo, parece estar metiéndose a todo Buenos Aires en los pulmones, la lluvia, los edificios del sur, las antenas, las motos, los cables, todos y cada uno de ellos se van acomodando en los miles de millones de alvéolos de Miguens.

-Desde acá me siento, no sé, un dios urbano…

Bonadeo ya está en el piso doblándose de risa, repite lo de dios urbano varias veces, como si no pudiera creer lo que su amigo acaba de decir. A mí el concepto no me pareció tan malo, qué se yo, aunque Bonadeo, desde su culto a la exageración, me invita a reírme. Y lo hago, me río con fuerza, dios urbano, de donde sacaste eso por Dios, qué hijo de puta.

Y entre fondos de cerveza caliente y anécdotas de colegio bien comandadas por Miguens, la noche se nos consume como un pucho entre los dedos. Los silencios se hacen cada vez más largos y recurrentes, el sueño nos empieza a dar vuelta el partido. Bonadeo se levanta para llevar o traer algo pero no se vuelve a sentar, hora de irse, y Miguens parece bien dispuesto a acompañarlo. Nos despedimos sin demasiadas vueltas, cierro la puerta con llave y me quedo sólo conmigo.

Salgo por última vez al balcón. Me apoyo en la baranda como Miguens, respiro como Miguens.

-Un dios urbano. ..no está nada mal, che