
Miro el cielo y por un instante me envuelve el mismo terror que envolvió durante tantos años a los galos: que se me caiga en la cabeza. Bonadeo prepara dos cervezas sin dejar de ser Bonadeo en ningún momento, es decir, es mejor servir con mucha espuma y esperar dos minutos a que baje porque sino el proceso en que la espuma se transforma en cerveza se hace en tu estómago y te agarra una acidez que andá a cantarle a Gardel, pero yo no le presto atención, miro el cielo y pienso en Asuranceturix y en Panoramix. Ya van seis veces que Bonadeo me pregunta cómo estoy, y, vaya casualidad, en las seis ocasiones yo estaba bien. Pero vuelve a la carga: Cómo estás, contame. Como el orto.
Sentados en las reposeras de cara al sur, un aire fresco corre por el balcón. Se viene una tormenta de aquellas. Hoy es 26 de diciembre y a mí ni se me cruza por la cabeza que en un mes voy a pasarme todo febrero sentado en esa reposera, tomando mate o jugo de limón o lo que haya en la heladera, mirando pasar la vida, mirando a un gordo que se zambullirá una y otra vez en la diminuta pileta de una terraza, el mismo gordo que cansado de zambullirse se pondrá a hablar por teléfono con una toalla en la cintura y la blanca y gigantesca panza apretada contra los barrotes de la baranda, pero el gordo estará tranquilo porque el interlocutor no lo estará viendo como lo veré yo. Al fin y al cabo, no lo estará viendo.
Bonadeo me habla de La Cumbrecita y de que tenemos que ir sí o sí, y pescar y jugar al golf y qué se yo cuántas cosas más. Yo lo escucho sin escucharlo, me quiero ir de este mundo. Lo interrumpo, le pregunto qué le parece la idea de reencarnar en una cáscara de naranja y Bonadeo abre los ojos como el dos de oro. O en ésta gota de agua, y me señalo mi brazo mostrándole la primer gota de una tormenta que durará toda la noche. Bonadeo me reta, no jodas con esas cosas, y me lo dice porque él cree en “esas cosas”. Lo que pasa es que Bonadeo cree en todo, pero ahora me explica que la posta es la recorporación, volver a corporificarse, y yo pienso en el pobre tipo que cayó en mi cuerpo.
Luego arranca una maratón de humor negro. Brindamos por el 2011 y Bonadeo me confiesa que este año palma, este año palmo, espero que me llores, y a mí me corre un frío por toda la espalda aunque termino largando una carcajada que resuena en varios edificios del sur. Mala leche, agrega Bonadeo, y se ríe conmigo. Le propongo otros candidatos, y qué pasa si palma Prado, aunque rápidamente me arrepiento de lo dicho, no sé porqué pero no sonó gracioso.
Si se muere Prado me mato yo con él.
(Sigue…)