viernes, 26 de noviembre de 2010

Situación



Camino apaciblemente por las calles porteñas, por las siete y media de la mañana, por un sueño que todavía no se terminó de despedir de mi cabeza. El caño de escape del 37 se mete en una estrofa de Canción de Alicia, así como el amigable taladro de una obra o el tremendo bocinazo de tachero a tachero. No lo dejan tocar tranquilo al pobre Charly, será hora de ir cambiando los auriculares. Y ahí vengo yo, de frente, y ahí nomás, a mitad de cuadra, aparece él, de espaldas, con la camisa y el pantalón coincidiendo en cuanto al color, ese color tan nada, tan siete y media de la mañana. Nadie mas que yo y él, él manguerando con una dedicación única, sacando la mugre de entre las baldosas como si fuera lo último que le dejaran hacer sobre la faz de la tierra, y con una presión hidráulica que antes de mojarme me perforaría los tobillos de lado a lado. Y luego de un paso le meto otro, y después otro, y así me acerco silenciosamente, sintiéndome invisible, esperando el más grande de los misterios, el Misterio de las Siete y Media de la Mañana que se repite cada día, porque de un momento al otro el señor de la manguera saca rapidamente el dedo del agujero, reduciendo la presión a cero, escondiendo la manguera como un cobarde, se la mete entre las piernas o qué se yo qué hace el muy cagón, pero cómo carajo hizo para verme, si él de espaldas y yo de frente, si jamás amagó a girar la cabeza ni nada que se le asemeje, y yo que ahora paso a su lado sin mojarme ni una gota, sequito como nunca me alejo pensando en que algo parecido le debe haber ocurrido a Truman antes de darse cuenta de que todo era una mentira.