lunes, 22 de octubre de 2012

Nadie va por Riobamba



Nadie va por Riobamba porque las calles fantasmas son difíciles de tomar, sobre todo si se va a pie. Pero no existen muchas, creo. Lo bueno de esta cuestión (tal vez no deberías usar la palabra bueno ni la palabra cuestión) es que en Riobamba no se arman esos valsecitos improvisados cuando dos peatones que vienen en direcciones contrarias no se ponen de acuerdo por dónde pasar. Tampoco hay baldosas que salpican agua sucia después de las lluvias, así que se puede caminar tranquilo.

Los locales de Riobamba me hacen acordar a los de la Quinta Avenida: cerraron hace muchísimos años pero siguen ahí, con las puertas abiertas y sin nada para ofrecer. A mí me gusta mucho esta calle. En una esquina hay una cancha de tenis abandonada. Está elevada, sobre un primer piso. Una vez entré y la recorrí pero eso lo voy a contar otro día. Ahora voy a contar que nadie va por Riobamba salvo una chica con buzo de egresados que venía de frente y que me clavó la mirada desde que cruzó Sarmiento hasta mitad de cuadra, que me miró tanto que levanté las cejas asustado. La colegiala de la novela de terror que Feiling dejó a medio terminar, pensé.
 
Esa tarde, unas cuadras más arriba, me topé con otro fantasma. Un viejo, sentado en el medio de una pizzería oscura, encastraba cartones hasta convertirlos en cajas de pizza. Todo lo hacía de forma paciente y en silencio. Después de darles las tres dimensiones, el viejo les colocaba un papel manteca adentro y las iba apilando sobre un mostrador, vacías.