martes, 29 de mayo de 2012

Vodka from Sarandí


La historia empieza más o menos así: Hay una mujer sentada en el sillón de una casa demasiado adornada, de nombre Emilia; es la primer Emilia que conozco en mi vida pero eso no tiene importancia. Emilia, a la que también le cuelgan algunos adornos, dice: hay que darle ejemplos al frío. Dicha por el Marqués de Sade la frase hubiese sido estudiada por varias escuelas del siglo diecinueve, pero la dice Emilia, que, aunque lindo culo, su estupidez llega a límites insospechados. Así que nadie le presta demasiada atención. A su amiga, sentada en frente, le dicen Nube. Todos estamos bastante borrachos y una llama flamea sobre nuestras cabezas como en Pentecostés. Luego la noche se fragmenta y hay un estallido en forma de taxi que me deja en la avenida Pueyrredon. Decido caminar. Los satélites pueden verme, en vivo y en directo, protegiéndome del frío y sus ejemplos con una campera azul de plumas de ganso que solía usar mi abuela Mamina. Todo, desde la amiga Nube hasta la campera inglesa de la nona, es un chiste poético. Pero a las varias cuadras esquivo un perro dormido que está cortando la vereda y pienso: cuando ese perro muera yo no lo sabré. O todo lo contrario, tal vez me entere mediante un sueño en el momento en el que lo envenenen, como le pasó a Levrero alguna vez, o tal vez el perro ya esté muerto y todo sea cuestión de seguir camino tanteando las fachadas de los edificios como un murciélago hasta llegar al mío, y subir, y dormir...dormir hasta que todo pase de una puta vez.