viernes, 18 de marzo de 2011

De cara al sur (parte 6)

---

"Escribo la historia de una carencia,
no la carencia de una historia"

Andrés Rivera

Lindo, por cincuenta mangos te chupo la pija, me dice al oído una morocha de piel color barro, el culo sobrándole por todos los costados posibles, y de repente mi inquietud por saber dónde vive, no tengo ni para el bondi, pero dónde vivís, che. Lanús Oeste, pípi, conseguime treinta y te espero en el baño de hombres.

A todo esto, Prado es un barril de cerveza con ojos y nariz. Acodado en la barra, insiste en que le regalen otra birra. Te la dejo a quince, suspira un barman cansado que tiene que lidiar con barriles humanos hasta las cuatro, hora de irse. El destino, lo que hay, etcétera.

En la mesa pegada a la puerta, un señor de canas que no parece argentino se aspira una larga línea de cocaína. Luego mira a su alrededor y retoma su lectura de la Guía Argentina de YPF. Pésima guía, la tengo en casa. Salimos a la calle.

Sobre Reconquista, pequeños grupos de gente desafinan canciones patriotas. Perón es el primer trabajador y Las Malvinas son argentinas, todo está en orden. Prado y yo observamos mudos, ajenos a semejante espectáculo. Sin embargo, de pronto siento algo, como una fuerza invisible, que me empuja hacia el medio de uno de esos grupos, que bajo una lluvia de cerveza verde me hace saltar (si no lo hago soy inglés) y chocar y golpearme con otros, que me convierte rápidamente en el líder de esa banda de anónimos, porque ahora soy yo el que arranca una canción cuando la anterior termina, para que todos me sigan obedientes, para que sigamos chocando y simulando una felicidad absurda, volveremos volveremos, volveremos otra vez. Un linyera es mi fiel ladero, la mano derecha del jefe. Me admira, lo veo en sus ojos. A cada rato se acerca y me grita elogios inentendibles, pero yo no le presto atención, estoy demasiado nervioso. Es que está por llegar mi hora, el momento sagrado que planeé desde que la fuerza invisible me arrastró hacia esta ronda. Y es ahora, todos se han callado y han girado sus cabezas hacia el jefe, a la espera de nuevas órdenes. Es ahora, es ahora, que sea lo que Dios quiera.

-Riqueeeee, Riqueeeee, Riqueeeee

Si tuviera un espejo moriría de la risa al verme así, las venas a punto de estallar, la cara violeta de tanto repetir Riquelme, violeta de bronca, violeta y absurdamente feliz, porque no me importa que el pueblo me haya dado la espalda, y menos me importa su silencio, sus caras desconcertadas, esa tetona que me señala y ríe junto a una amiga; y muchísimo menos me importa esa voz que acaba de acoplarse a mi grito de guerra, el linyera fiel; muchísimo menos me importa esa otra voz que también se une, con otra que lo hace ahora, y otra, y otra, y ya debemos ser veinte o treinta rindiéndote homenaje. Absurda felicidad.

¡Tristelme chupapijas, dejá el fútbol pecho frío! El grito viene de atrás, y sin mirar sé que es Silveyra. Sin embargo, y por más de que se llame Fermín Silveyra, ahora es un enemigo y debe ser castigado. Mi empujón, lejos de desestabilizarlo, apenas lo mueve unos centímetros hacia atrás. Repetí lo que dijiste, cagón de mierda: mientras me preparo para una segunda embestida, unos brazos tibios y mugrientos me abrazan desde atrás. El linyera me tranquiliza, calmáte Román, y el tufo a Termidor blanco mezclado con porro se mete por las fosas nasales y llega directo a mi cerebro.

Hay algo en ese torpe abrazo que me hace sentir bien. Tal vez sea la cálida temperatura de sus brazos cubiertos por placas de mugre, tal vez sea la sucia gris barba raspándome el cuello. Un abrazo paternal, ya no hay que simular la absurda felicidad. Pero el linyera me suelta y yo siento caer al vacío, a la nada misma. El aire fresco y puro contamina mis pulmones, atrás quedó el Termidor blanco, la hedionda transpiración de dos semanas sin tocar una ducha.

Y luego del aire fresco me envuelve una nube de perfume, el perfume de una novia que tuve, pero eso ya era parte de un delirio, lo supe en ese mismo instante.

17 de marzo, Fiesta de San Patricio


---